(Ella)-¡Hola!
(Él)-Hola guapa ¿qué haces?
(Ella)-Nada, aquí, volviendo a casa...
(Él)-Yo también, va el metro lleno de gente… perdona si hay
mucho ruido.
(Ella)-… y ¿cómo es que me llamas? No sabía ni que tuvieses
mi número
(Él)-Estaba pensando… si te apetecería comer mañana
conmigo… podría pasarme por Marqués de Vadillo sobre las 14.00
(Ella)-Claro, ¡me encantaría!
(Él)-Bueno, entonces nos vemos mañana ¿no?
(Ella)-Claro, si quieres te aviso cuando salga del trabajo.
(Él)-Un beso, hasta luego
(Ella)-¡Chao!
Ambos cuelgan el teléfono.
Ella, sentada al fondo del
vagón, sonríe y mira al suelo ruborizada. Un par de metros más allá (en el
mismo vagón), a él, de pie, se le escapa también una sonrisa de satisfacción y
se baja en la siguiente estación sin mirar atrás.
Ninguno de los dos es consciente de que yo he estado en el
medio escuchando sus conversaciones que, para mí, tenía total sentido entre
ellos.
Yo también sonrío, divertida, por suerte llevaba mi libreta a mano.
Reflejo perdido
Levanté la vista de mi móvil, aún me quedaban cinco paradas
para llegar a Moncloa. Reviso a mi alrededor: un montón de caras anodinas -algunas leyendo un libro, la mayoría con el móvil, otros mirando al horizonte,
otros interactuando con sus acompañantes…- Voy posando mi mirada en cada uno de
ellos, brevemente, en algunos me detengo un poco más, distrayéndome con mis
reflexiones: “pedazo de barba”, “oh! Qué bonita falda”, “¡que mona es esa
odiosa pareja de enamorados!”, etc. Cuando tengo bien exprimido todo el vagón,
mi vista pasa de refilón por mi reflejo, buscándome de una forma inconsciente,
casi automática, pero, en vez de eso… ¿Otra cara se refleja en el cristal?
Vuelvo a mirar. Sí, es otra cara. Intentando no parecer paranoica, me concentro
en revisar sus rasgos: no se parece en nada a la visión que yo tengo de mí misma. Se trata de una mujer rubia, pelo liso, cara redonda, nariz achatada que
me mira también fijamente… Tardo unos segundos en darme cuenta de que se trata
de la mujer que va a mi lado. Lo compruebo: la miro intentando ser sutíl y
comparo lo que veo con el reflejo que tengo en frente.
“Si ahí está ella… ¿dónde estoy yo?” pienso y, calculando el
ángulo de reflexión, fijo mi vista unos centímetros más a la izquierda de mí: tras la persona que va frente a la persona de mi izquierda: “no, ese señor
tampoco se parece a mí, en absoluto…” me digo mientras observo metódicamente a
un señor que va absorto en un pequeño libro ajado, con un traje marrón muy
sobado y al que le asoma la coronilla.
>Próxima estación: Moncloa<
Bajo obnubilada por mis pensamientos, pero tan pronto como
estoy en el andén miro a mi derecha, donde ya se mueven las ventanas del vagón. “Joder, por fin,
¡ahí estás! Te eché de menos reflejo, nadie se parece a nostras como nosotras.”