martes, 22 de noviembre de 2011

Adiós vida


Una gota de sudor se resbalaba lentamente por el final de la axila. Con los brazos ligeramente flexionados, apoyados el alféizar de la ventana, soportando casi todo el peso de mi cuerpo. Casi sin poder respirar, con la espalda doblada, aún de pie frente a la ventana. 
Dejé caer la cabeza hasta que quedó a la altura de los hombros, ahora podía verme los pies descalzos, y dejé que mi cabeza se calentase cada vez más, podía notar como se iba enrojeciendo, aunque no la viese, mientras oía el acelerado palpitar del corazón en mi cabeza y notaba vibrar mis sienes. 
Ese día había despertado de una manera distinta; había estado pensando en los acontecimientos ocurridos últimamente en mi vida mientras me vencía el sueño y, no en balde, aquellos pensamientos habían hecho mella en mí... Aquella mañana, no era un día normal, había tomado una decisión y era la hora de llevarla a cabo.


Ya había caído la noche y la anaranjada luz de las farolas iluminaba la calle insuficientemente.
Levanté la cabeza rápidamente, me había parecido oír un ruido… Si, la tormenta que se llevaba temiendo hacía tanto tiempo estaba comenzando, en poco rato empezaría a llover. Miré al cielo sacando la cabeza por la ventana abierta, como intentando calcular cuánto tiempo tardarían en caer las gotas. Me quedé un segundo con la mirada en el cielo, estática en aquella postura, sacando medio cuerpo fuera, mientras meditaba: Mientras me vestía aquella mañana los pensamientos se habían ido amontonando en mi mente y habían ido tomando formas extrañas; formas de recuerdos del pasado, de personas, de momentos y, en general, de mi vida… Esa que me había propuesto cambiar “YA” tantas veces y que luego acababa siendo un "LUEGO" y al final jamás cambiaba, aquella vida que ya no sería la mía, aquella que ya había llegado a su "YA" final, al último “YA” que conocería este nombre, esta yo.

Me di cuenta entonces, de que no tenía más tiempo que perder. Miré hacia atrás, al fondo de mi habitación, y luego hacía delante de nuevo, al edificio que tenía delante. Pasé el brazo por mi frente, en la que habían quedado pegados, por el sudor, algunos pelos rebeldes.
Subí al escritorio, situado frente a la ventana, poniéndome de pie sobre él, y me sujeté en los laterales de la ventana mirando al vacío primero y, luego, hacia el cielo. Ya no me quedaba mucho y aún así no temblaba, estaban firme, a pesar de que sabía lo que me esperaba.
Sí, ya nadie me haría cambiar de opinión de nuevo, por fin me había dado cuenta de lo que me sucedía y echar marcha atrás NO era una opción.
Así es, la vida me quedaba grande. Yo quería vivir, me gustaba la vida. Sentir, saborear, tocar… Todo lo que significa la vida era hermoso y fascinante para mí. Incluso el dolor, pero ya no podía vivir más sintiendo esa angustia que me oprimía el pecho.
Era como aquella prenda de tu madre, que te pruebas de pequeña y te encanta, deseas ser mayor pronto y que te valga, rezas para poder lucirla algún día. En tu pequeño cuerpecito queda enorme, pero te imaginas cómo será cuando te valga y te ves ¡perfecta!
Sin embargo, la sensación de que yo jamás crecería lo suficiente como para verme bien en esa prenda me estaba quemando lentamente.

La lluvia empezó a empaparme la cara, era una lluvia cálida, a pesar de que la noche era fresca. Sonreí al sentirla en mi cara, en mi cuerpo, me empapaba la cara acalorada por la angustia y los nervios. La brisa me acariciaba y refrescaba. Me permití un último momento de duda; cerré los ojos y recordé la decisión que había tomado esa mañana y lo que me había llevado finalmente hasta esa ventana: El aprendizaje que debía significar la vida, en mí, había llegado a su cenit, y fue esa mañana cuando me di cuenta de este detalle.

No estaba cansada de la vida, ni siquiera estaba deprimida. Simplemente había llegado al final de mi aprendizaje, ya no podía aprender más de ella, y aún así no conseguía que fuese como yo quería.

“Tal vez”, me dije un momento antes de saltar, para convencerme por completo, “Tal vez… así comprenderé que es lo que me falta, comprenderé tantas cosas que no se comprenden jamás…” Y salté, al vacío, en aquella noche lluviosa.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Recuerdos


Ha pasado tanto tiempo que ya casi ni sabían cuánto, o preferían no saberlo. 
Sus caminos se separaron, por uno u otro motivo, y ahora si se ven se saludan con una sonrisa y un "¿qué tal te va la vida?". Parece mentira que hace años estuvieron tan unidos.

De vez en cuando alguno encuentra un recuerdo en el trastero de su cabeza y se preguntan qué habrá sido de aquellos amigos que dejó atrás hace tiempo. Aún se mantiene el contacto, gracias a esas incertidumbres momentáneas, pero es tan efímero que se limita a una conversación anual por cada cumpleaños o, a veces, tan solo son rumores que otras personas cuentan. Pero... ¿Cuánto más durará eso? Las relaciones se irán enfriando y, lo poco que quede vivo aún de aquello, que fue en su día una fuerte amistad, morirá y lo saben, incluso hay momentos en que parece imposible mantener esa mínima relación y que prefieren quedarse con el recuerdo que les queda, que es tan bello y tan puro, de lo que fueron.

Estoy segura de que aún recuerdan las risas escupidas en pipas en los bancos al pasar por aquella esquina en la que solían estar, las películas en la casa de alguno de ellos cuando, un día de melancolía, pasan por allí y miran si hay luz en las ventanas, intentando recrear en su mente esos momentos. Los romances incontables y efímeros en los parques por los que aún siguen pasando cada día, los quebraderos de cabeza de la pubertad entre esas calles que ahora pisan con otras personas y con otros pensamientos, quizá más serios. Las escapadas nocturnas, las gamberradas inocentes, las noches eternas de veranos calurosos tumbados en el césped, las carreras a la salida del colegio para evitar que las profesoras se diesen cuenta de que las chicas ya no llevaban el uniforme y el entusiasmo de los chicos esperando en la puerta... Si, seguro que recuerdan todos esos momentos. Seguro que aún pueden oír resonar en sus oídos aquellas palabras, gritos, risas y llantos. Estoy segura de que les vienen a la cabeza esos recuerdos en las tardes nostálgicas pasando por alguno de los múltiples lugares por los que solían rondar y estoy segura de que sonreirán añorando viejos tiempos, los recuerdos que parecen intactos, incluso los malos.
Quizá son esos, los recuerdos malos, los que les alejaron. Pensaron que así dejarían de oír esos llantos, esos gritos desesperados. Que dejarían atrás el hecho de que debían crecer, ese hecho que llegó tan de repente. Pensaron que si alejaban esas caras de ellos, también alejarían el recuerdo de aquel fracaso y la impotencia que sintieron en aquellos días, en que no eran más que unos niños forzados a ser adultos antes de tiempo, y que no era más que un preludio de lo que tendrían para el resto de sus vidas...

Igual que los buenos, los recuerdos malos también les llegan, un día como hoy, reavivando los miedos que creyeron haber dejado atrás y esa tristeza que dieron por olvidada. El saber que no supieron estar ahí y las dudas de hace años vuelven a sus corazones un día como hoy; tarde para actuar, pudiendo hacerlo ahora mejor que antes porque ya son mayores y saben "lo que se tiene que hacer en estas situaciones", pero igualmente tarde, porque las cosas han cambiado, porque ya no son aquellos niños, sino que son adultos y distintos a lo que eran entonces. Ya no se puede echar marcha atrás... Ahora, como adultos que son, echan un vistazo al pasado, permitiéndose unos momentos de duda y debilidad y luego, de nuevo mirando al frente, siguen caminando.