jueves, 12 de enero de 2012

Esfinge de los sueños

La habitación estaba a oscuras, la luz de las farolas de la calle se filtraba por la ventana abierta y se movía al son de la cortina, balanceándose, haciendo juegos lumínicos.
El calor y el desorden llenaban aquella pequeña habitación. El escritorio estaba repleto de libros, tabaco de liar, papeles, sellos, plumas... En el suelo de la habitación reinaba la anarquía de ropa, zapatos y dos guitarras abandonadas y las paredes estaban repletas de fotografías y dibujos sembrados al azar. En la cama, deshecha, se encontraban Alberto y Ángela abrazados, con los cuerpos aún sudorosos y la respiración descompasada. 


Alberto se arrastró cansadamente hasta la mesa, cogió el tabaco y el papel y volvió con un cigarro encendido a la cama. Mientras, ella había aprovechado para invadir toda la cama.
Se sentó en un hueco que quedaba a los pies de la cama y Ángela le miraba, tumbada de lado. Él le acercó el cigarro a los labios y, con ternura, se lo sujetó mientras ella le daba una larga calada.
-Ven, túmbate conmigo.- Dijo mientras expulsaba el humo suavemente. 
Obedeciendo, Alberto acercó el cenicero a la cama y se tumbó boca arriba al lado de ella. Ángela aprovechó para colocar la cabeza en su almohada favorita: un hueco entre el hombro y el pectoral de él, quedando el brazo de él irremediablemente atrapado por ella y ella de lado.
Así estuvieron mucho rato, fumando y hablando de cuando en cuando. El resto del tiempo lo único que se oía era el ruido lejano de los coches, el aspirar y soltar el humo del tabaco y la brisa del aire fresco de una noche de finales de Agosto.


-Abrázame.- Le pidió ella, alzando la vista para poder mirarle desde su posición.


Él la miró y vio en sus ojos que lo decía en serio, así que pasó el brazo que le quedaba libre hasta agarrarla de la cintura, mientras con el otro (que quedaba sepultado por su larga cabellera hasta el codo) la apretó contra sí dulcemente. Ángela, aún acoplada en aquel hueco del hombro, se limitó a cerrar los ojos y dejarse abrazar dulce y fuertemente.


-Abrázame toda la noche... Aunque no me quieras, aun que sea mentira...- Dijo casi en un susurro.


Alberto buscó su rostro con la mirada mientras le apartaba el pelo de la cara, que le molestaba para ver su expresión. Se la veía tan pequeña ahí: apoyada en su pecho y con sus dos brazos cubriendo casi la mitad de su cuerpo. 
Aquellos ojos le miraban, no con ternura, ni con miedo, ni con amor, ni con deseo, sino de una manera distinta, una mezcla entre alegría y desesperación. No sabía entender esa mirada, pero la sabía localizar porque solo ella tenía aquel sentimiento extraño fundido en su pupila. Esa mirada, que ella le regalaba, decía sin decir nada. La apretó mas fuerte contra su cuerpo, sintiéndola cada vez más pequeña entre sus enormes brazos, la besó la cabeza y esperó pacientemente hasta que su respiración se acompasó, haciéndole saber que estaba dormida profundamente.
Podía oír el latir de su corazón acompasado, lo que le daba una tranquilidad sospechosa. 
Aquellos ojos de esfinge, que le tenían preso sin tenerle, se encontraban ahora en un mundo distinto y ella era como un hada de los sueños, temblaba, murmuraba e, incluso, sonreía. Él se divertía mirándola dormir, velando sus, a veces, ajetreados sueños. "Pobre criatura, como los seres mitológicos te adoro y te admiro solo por el hecho de que no te entiendo" pensó Alberto y acto seguido, se unió a los sueños de su duende.

lunes, 9 de enero de 2012

Mi mundo

Empezando el año con algo viejo, os pongo aquí un texto que ya fue publicado en su momento y gustó bastante... Ahora, una parte de él será publicado también en un marca paginas diseñado por mi amiga Mamen. 
Espero que tenga la misma buena acogida que tuvo hace unos meses en ámbitos más cerrados:


Reté con la mirada a mi reflejo y algo dentro de mí gritó "¡Ven!". Seguí aquel impulso y me acerqué más al espejo, la llamada cada vez era más fuerte y ya estábamos mi reflejo y yo nariz con nariz cuando me pareció ver un guiño en esos ojos, reflejo de los míos, y una media sonrisa. Cerré fuertemente aquellos ojos que sí me pertenecían esperando el choque con el espejo mientras daba un paso más, como hipnotizada.
Cuando los abrí ya no estaba en mi habitación frente a aquel gran espejo, sino que estaba en un paraje llano, muerto y gris en el que lo único que había era un gran lago plateado. Miré a mi alrededor mientras mi propia situación me hacia sonreír por recordarme irónicamente a la de Alicia.
Apareció ante mí una pequeña mesita de cristal y, sobre ella, un cuaderno y una pluma grabados con mi nombre. Miré de nuevo a mi alrededor pensando que realmente era un sueño que merecía ser escrito.
Por fin, decidí coger la pluma y el  cuaderno, si algo había leído de las novelas de fantasía era que las cosas que aparecen por arte de magia con tu nombre escrito en ellas, sobre todo cuando te hallas en una mundo desconocido, suelen ser útiles y defensivas pero... ¿Cómo me iba a defender con una pluma y un cuaderno?
Abrí el cuaderno con la esperanza ilusa de que saliese de él un mago que me diera indicaciones o algo parecido. Por supuesto eso no sucedió, así que cogí la pluma, me senté en aquél suelo frío y comencé a escribir lo primero que se me ocurría, casi todo era del tipo: "¿Qué hago aquí?, Hace cinco minutos estaba en mi habitación, ¿Esto es un sueño?”, etc.
Miré hacia arriba y me di cuenta de que mientras estaba absorta en mi escritura el paisaje había cambiado: volvía a estar en mi habitación. Cerré el cuaderno con la intención de salir corriendo escaleras abajo y cerciorarme de que había vuelto a casa, cuando todo aquello se volvió a desvanecer justo al tiempo que el cuaderno se cerraba y, de nuevo, estaba en aquel mundo extraño, desolado y gris, con su lago y sin nada de vegetación, ni una sola forma de vida o pruebas de la existencia de la misma.
Entonces lo entendí, lo entendí todo, incluso aquella sonrisa irónica en mi reflejo antes de traspasar el espejo. Todo lo que yo escribía se materializaba como una realidad mientras el cuaderno se mantuviese abierto.
Para comprobar mí teoría decidí diseñar, a base de palabras, letras, juegos y descripciones detalladas, un ser irreal, terrible, un monstruo inexistente y allí apareció; frente a mí... Respirando, moviéndose como si fuera real, de hecho, era real.
De repente no podía imaginar mejor arma, mejor instrumento, que ese insignificante cuaderno y esa pequeña pluma. Podría tener cualquier cosa, y noté en mi cara aquella sonrisa maliciosa, la que antes tenía mi reflejo, al darme cuenta de que me había metido en MI mundo. Aquel paisaje gris y muerto estaba, cual página en blanco, esperando la vida que le diera mi pluma.
Mi cabeza se plagó de ideas: Llenaría aquel espacio con mis ideas, crearía mi propio mundo, escribiría mis aventuras, elegiría mis batallas, pintaría mis paisajes con mi escritura, diseñaría mis armas y inventaría minuciosamente a mis compañeros de aventuras. Cuanto más detallada era la descripción, cuanto más rico en detalles y más literario era el texto mejor se vería en la realidad, en MI realidad.
Mi sonrisa era cada vez mayor, casi no me cabía en la cara y me invadía un nerviosismo que rozaba con la locura.
Avancé por el lugar, pensando cómo empezar, ya que no me habían dado un lápiz sino una pluma, debía elegir bien qué poner y cómo ponerlo. Dejé el lago atrás y me senté en el suelo con una risa histérica. Comencé a crear mi mundo, mi realidad.
Mientras creaba el paisaje por el que transcurrirían mis aventuras, una duda surcó mi mente y tras ella, fueron más: ¿Cuánto tiempo estaría allí? ¿Y si luego no podía salir? ¿Debería dedicarme a buscar cómo salir en vez de ponerme a escribir un mundo sobre el que caminar?
Sacudí mi cabeza, dejando esas preguntas a un lado, “ya tendría tiempo de preocuparme por eso” y, en seguida, volví mis ojos y mi pluma al papel, ansiosa por crear y sabiendo que en cuanto me cansara siempre podría cerrar el cuaderno y empezar una nueva historia.
Una última pregunta que se había quedado rezagada: ¿Cuántas páginas tiene el cuaderno? Aunque la pregunta era importante, no me inmutó, la deseché sin prestarle atención... Ya estaba hipnotizada en mi escritura, ya no había vuelta atrás.