miércoles, 27 de abril de 2016

La llave mágica de Celina (II)

Segundo capítulo de la leyenda de Celina y su llave:


Celina que, a ojos de todo el mundo, había vuelto de unas largas vacaciones, ya no era la misma. Seguía con su vida normal,  pero sus ojos eran ahora fríos, rara vez sonreía y la inexpresividad reinaba en su rostro.
Todo en su vida se convirtió en efímero: Se rodeaba de mucha gente pero el trato con ellos era demasiado superficial como para que llegasen a considerarse sus amigos, tenía muchos amantes, pero después de una temporada se cansaba y buscaba otros nuevos.

Lo que, al principio, todo el mundo había justificado como reacción por haberse visto abandonada, empezó a ser molesto y criticado hasta el punto de que se la comenzó a conocer como “la mujer de hielo”. Los niños iban a su perta a burlarse de ella, pero ella no se inmutaba, lo cual acabó haciendo que la temiesen. Se llegó incluso a crear mala fama entre las vecinas por acostarse con hombres casados o por los numerosos chicos a los que había enamorado y abandonado, pero a ella nada de eso le importaba; ella solo conocía un AHORA y un YO.

Pasó el tiempo y uno de aquellos días, que para ella eran idénticos unos de otros, dado que los sentimientos no influían en su relevancia, vio en el mercado a un chico que atrajo su atención con sus profundos ojos marrones. Instantáneamente decidió que sería su nuevo amante y no tardó en conseguir llamar su atención.
- Ten cuidado con esa chica. – Oyó Lesmes que le decía la dependienta del puesto frente al que estaba.

No había reparado en que se había quedado mirando a la chica descaradamente en medio del mercado. Soltó una suave risita disimulando su rubor.
- ¿Por qué no?- Preguntó él, como si tal cosa,  mientras se centraba de nuevo en las verduras que había venido a comprar.
- ¿No has oído lo que cuentan? – Él levantó la vista con interés. Claramente no tenía ni idea de lo que estaba hablando, él era nuevo en la ciudad.
- Muchos se han enamorado de ella, han ido a llorar a su puerta, la han suplicado su amor, pero ella… ¡Ni se inmutaba! Dicen que es una bruja que se alimenta del dolor de la gente, pero yo no sé qué pensar. Se la conoce como “la mujer de hielo” por su frialdad. – Decía la mujer con un tono entre el misterio y el chismorreo.
- Bueno, gracias por el aviso. – Dijo mientras pagaba las verduras y se alejaba entre divertido e intrigado. Sin darse cuenta aquella señora había encendido la llama; no había cosa que le atrajese más a Lesmes que un misterio por resolver.

La buscó con la mirada a través del gentío y enseguida la localizó. Le miraba desde la distancia, apoyada contra una de las paredes de la plaza en la que se encontraba el mercado; le estaba esperando. Esto le causó más intriga todavía.
- ¿Cómo sabías que pasaría por aquí?- Preguntó él sorprendido. Y ella se limitó a encoger los hombros.

Tras una formal presentación caminaron juntos mientras charlaban. Cuando llegaron a la esquina de la casa de Celina, esta se despidió ofreciéndole cenar juntos esa noche para continuar con la entretenida charla.

Durante la cena ella parecía sumamente interesada en lo que había traído a Lesmes a aquella aburrida ciudad provinciana. Él habló largo y tendido del trayecto que había hecho y, más brevemente, explicó que unos negocios le habían llevado hasta aquel lugar. Celina se alegró al saber que su estancia no se prolongaría por mucho tiempo (ya tenía demasiados problemas con los vecinos). Su charla continuó alegremente y él quedó en visitarla al día siguiente.

Celina había conseguido crear mucho suspense alrededor de su persona evitando, con elegante sutileza, cualquier tema relevante a su vida personal. Esto, sumado a aquella advertencia de la verdulera, no hizo más que aumentar el deseo de Lesmes de saber más, así que decidió ir a hablar con las gentes de por allí, tenía que investigar y decidió empezar por la primera persona que le había despertado la intriga.

A la mañana siguiente, en el mercado, consiguió más de lo que esperaba:
-      Dicen por ahí que está embrujada, que vendió su alma al diablo o algo por el estilo… - decía la vendedora - Yo la conocía cuando niña. Su madre era amiga suya ¿sabes? y, desde que su prometido la abandonó, hará dos años, no ha vuelto a ser la misma.
-      ¿Prometido? -  Preguntó él, más para sí mismo que a la señora.
- Sí. Tuvo un romance con un muchacho de aquí. Pero creo que la abandonó para irse con otra mujer…  No sé exactamente cómo quedó la historia pero, al parecer, la pobre quedó destrozada. Durante un tiempo no la vimos por aquí; yo imaginé que se había ido a unos baños a recuperar la salud, el humor… Cierto es que cuando volvió se la veía mejor, pero ¡a qué precio! Aquí corren rumores de todo tipo; incluso hay quien dice que ella le mató, pero yo se lo digo, que la conocí cuando era bien pequeña, hasta hace dos años era una chica muy dulce y muy buena, no sé qué le habrá pasado…

Lesmes en seguida se dio cuenta de que aquella chica no era un misterio solo para él; todas las historias que recopiló era parecidas la de la señora: muchas eran rumores semejantes a los que la verdulera le había mencionado, algunos con detalles muy macabros, versiones difamatorias de antiguos amantes o amigos. Todos coincidían en lo mismo: ella volvió cambiada de aquel tiempo ausente tras su ruptura.
Entre todo aquel chismorreo había algunas narraciones de personas con las que Celina ahora  mantenía una relación mínima, o casi nula, pero que en su día fueron importantes: familiares, amigos de la familia o antiguos buenos amigos. Estos a Lesmes le merecían realmente la pena. Recopilaba anécdotas de la niñez de Celina, descripciones de su personalidad (de la que ellos recordaban), historias sobre su juventud, etc. Disfrutaba tanto de aquellas historias como los narradores; que se apenaban mucho de haberse distanciado tanto de ella.

Durante las investigaciones, Lesmes se las había ingeniado para conseguir encuentros, aparentemente azarosos, con ella los días que esta había rehuido su compañía. Alargaba aquellos encuentros lo máximo posible y, durante el tiempo que pasaban juntos, estudiaba con detenimiento cada sonrisa vacía, el perder de su mirada en el infinito, la profundidad de sus ojos…  Este misterio cada día le atraía más y ya no era solo el misterio que la rodeaba lo que le atraía irremediablemente.
A veces, creía ver entre toda aquella fachada de frialdad e indiferencia a la verdadera Celina, hasta el punto de descubrirse admirándola; estaba tan alejada de lo habitual, era tan fuerte, tan decidida… Cuando fue consciente de que le estaba empezando a gustar demasiado, decidió a hacer la segunda cosa que más le gustaba; los retos. Se propuso conseguir que ella se enamorara de él.

martes, 26 de abril de 2016

La llave mágica de Celina (I)

Primer capítulo de La llave mágica de Celina:


Las promesas incumplidas, el sufrimiento, el sentimiento de culpabilidad, sentimientos encontrados de amor y odio, las dudas, la angustia, etc. se condensaban en sus ojos azules en forma de lágrimas. Dolía pensar lo mucho que le quería, lo mucho que le necesitaba y lo lejos que estaba él de quererla y necesitarla a ella.

Ese dolor se fue transformando en enfado, el enfado en rabia y esa rabia le quemaba por dentro, no quería sentirla, porque aún le amaba. Ya no quería amarle, quería dejar de sufrir y no era capaz de esperar a que el dolor pasase. Entonces calló en la cuenta de que no solo no quería sentirlo más, sino que no quería volver a pasar por ello, no podía volver a pasar por aquello otra vez.
No quiso pensárselo dos veces, por miedo a arrepentirse. Cogió su caballo y cabalgó hasta el alejado santuario, donde vivía una pitonisa en absoluta soledad y recogimiento. 
Aquella pitonisa la acogió con la confianza de quién sabe lo que va a suceder:

-Sé que vienes a averiguar cómo alejarte de ese amor que te angustia. –Le dijo la pitonisa. –Tan solo cuentas con una pregunta; piensa bien que preguntarás.

Ella tan solo agachó la cabeza, con los ojos de nuevo empañados en lágrimas.

-Antes de preguntar al oráculo deberás saber que no es posible deshacerse de un sentimiento… Los sentimientos son demasiado complejos, se entrelazan entre ellos. Es posible que en tu intento por paliar tu angustia acabes con toda huella de humanidad en ti ¿Seguro que eso es lo que quieres? No sentirás nada. –La interrogó la pitonisa, siempre sonriente.

Levantó la mirada, sus ojos llameaban de una forma que borraron la sonrisa de la pitonisa.


-Sí – dijo con decisión – si debo arriesgar mi felicidad por no ser infeliz así será, ¿Por qué no gozar? ¡Por no sufrir! Haré mi pregunta: “Oráculo ¿cómo acabo con el sufrimiento de mi corazón?”
-De acuerdo – se limitó a decir la Pitonisa, esta vez seria y, tras una pausa en la que pareció meditar continuó –esta es la respuesta del oráculo:

“Si a Vulcano vas a ver
Una llave te debe hacer
Con la que cerrar tu corazón
Para asegurarlo del dolor”

Casi no había acabado de formular la pitonisa estas palabras cuándo Celina salió corriendo por la puerta del santuario, sabía perfectamente dónde encontrar a Vulcano; las leyendas corrían por todas partes sobre él, así que, sin perder ni un minuto, fue a su casa, hizo un hatillo con todo lo que pensó que necesitaría para el viaje y de nuevo salió al galope hacia su destino. No quiso ni pararse a pensar en lo que iba a hacer, pero había incluido en aquel pequeño equipaje un colgante que aquel al que tanto amó le había regalado con la promesa de un amor eterno y, durante las largas noches que tuvo que pasar hasta llegar a su destino su trayecto lloraba mientras apretaba aquel colgante contra su pecho.

Cuando por fin llegó a la puerta de la guarida de Vulcano había allí un anciano cojo y feo que le preguntó a Celina qué buscaba. Cuando le contestó, él la miró interesado y quiso saber más, ofreciéndola agua y asiento a cambio de su narración. Ella, que estaba cansada del viaje, agradeció la compañía después de tantos días de soledad. Le relató su historia de amor y desengaño con detalles y sin poder evitar emocionarse en ciertas partes del relato. Le contó que había acudido al oráculo para preguntarle cómo deshacerse de aquel dolor que la mataba por dentro y cómo, tras su largo viaje, había llegado a allí en busca de que Vulcano le procurase una cura para aquellos engañosos sentimientos con doble cara.
El anciano, tras haber escuchado la historia completa con toda su atención, se levantó y se presentó como el mismísimo Vulcano y le abrió la puerta de su taller.

Dentro del mismo, sobre su fragua encendida, se podía ver, enganchada a una vara de hierro, enrojecida por el calor, una pequeña llavecita. Cuando ella vio aquello le miró sorprendida, Vulcano se limitó a contestar “te esperaba” mientras se calzaba unos gruesos guantes y agarraba el hierro para sacar la pequeña llave del fuego e introducirla en una tinaja de una especie de agua plateada. La llave chisporroteó al principio, tras unos segundos inmersa en aquel líquido la sacó igual que la había metido y la acercó al fuego, donde giró hasta cerciorarse de que estaba totalmente seca, luego cogió un paño con el que la cubrió y frotó suavemente para pulirla hasta sacarle el máximo brillo, antes de dársela a Celina, que había seguido todo el procedimiento con sus grandes ojos azules, esperando pacientemente y observando cada movimiento desde una esquina del taller.

Una vez acabado el proceso Vulcano agarró la llavecita con los dedos desnudos y se la puso en la palma de la mano, para mostrársela, mientras decía:
-Mira hija, ésta llave te ayudará a conseguir lo que deseas pero, y escucha bien esto que te voy a decir porque es muy importante: deberás colgártela del cuello en el centro del pecho, no más alta. Una vez que la llave toque tu piel su poder llegará a tu corazón, donde sellará tus sentimientos; con esto me refiero a todos tus sentimientos, no solo a la angustia que sientes ahora. Amor, tristeza, alegría… Cualquier otro sentimiento será igual de anulado. Pero, si te la quitas una sola vez su poder se acabará y ya no podrá volver a hacer efecto, aunque te la volvieses a poner no serviría de nada, tiene un poder limitado. Piénsalo bien.

Tras decir esto, Vulcano quedó con la mano extendida y la llave en ella. Celina, por primera vez desde que comenzó su viaje, dudaba. Observaba la llave valorando el impacto que podría tener en su vida cuando, de repente, le vinieron a la cabeza todas aquellas noches de dolor. Todos los días de angustia, ya no solo aquellos del reciente desamor, sino los de toda su vida por distintos motivos aparecieron en su cabeza para darle el empujón que necesitaba.
Frunció el ceño, estaba decidida a acabar con aquello y, de un rápido y brusco movimiento, agarró la llave de la mano de Vulcano. En ese momento, Vulcano, su taller y la puerta de la guarida desaparecieron, quedando solo ella y su caballo en aquel camino empedrado que había seguido hasta la guarida.


Aquella noche, ante el fuego que había hecho en su pequeño campamento, se paró a observar la llave con detenimiento; contaba con una pequeña argolla que le facilitaba llevarla de colgante. Entonces se le ocurrió que podía usar la cadena del colgante que le regaló aquel que tantas promesas incumplidas hizo. Comprobó que la altura era la adecuada a la que le había indicado el herrero olímpico, sacó el colgante, lo apretó contra su pecho por última vez y cerró los ojos para permitirse un último momento pensando en él, luego lo lanzó lejos mientras una lágrima, su última lágrima, resbalaba por su mejilla. Luego colocó rápidamente la llavecita en la cadena de plata, la miró un segundo valorando el buen trabajo que Vulcano había realizado; era una llave preciosa y quedaría muy bien adornando su pecho. “Sí, la altura es perfecta” pensó mientras oía el “click” del cierre en su nuca y, justo cuando la llave tocó su pecho, su angustia desapareció.