martes, 10 de mayo de 2016

La llave mágica de Celina (IV)

Último capítulo de la leyenda de Celina:

Al medio día del tercer día, cuando Celina regresaba a casa vio una nota pegada en la puerta de su casa en la que Lesmes la citaba para aquella tarde cenar juntos. Celina se sorprendió de no haber sabido nada de él desde que se decidió a aquel trato absurdo; llegó a pensar que había abandonado la ciudad, así que le agradó saber que le volvería a ver.

Llegó a la hora acordada y al lugar acordado; un parque cercano a la casa de éste. Lesmes había preparado una cena estilo picknick en el césped; todo muy romántico.

-      Vaya cuánto lujo ¿qué celebramos? – Dijo Celina sonriendo.
-      El final de mis negocios aquí, ya puedo volver a mi ciudad natal.
Celina sonrió. No había hecho mención a aquel trato, supuso que se había rendido en su intento de desenmascararla, así que lo dejó estar.

Tras una suculenta cena acompañada de una agradable conversación, Lesmes sacó una botella de champagne y propuso un brindis.
-      Brindemos.
     -    Dijo sonriendo mientras alzaba la copa – Por una nueva vida.
Ella, sonriendo se llevó la copa a los labios, mientras él la observaba sin beber de la suya.

-      Por haber descubierto tu secreto. – tras esto, Celina que acababa de dar un sorbo le miró sorprendida y sonriente.
-      Ayer fui a ver a la pitonisa. Ella me reclamó. Lo sé todo, Celina… No tienes por qué fingir más y, antes de que el veneno que he puesto en el champagne te haga efecto y te quedes dormida, me gustaría darte la oportunidad de explicar tus motivos.

La amable sonrisa de Celina se borró por completo al oír aquello. Le observó sorprendida y miró su copa: casi la había apurado de un trago… No había vuelta atrás.
-      No tengo por qué darte ninguna explicación – dijo totalmente seria - quiero que eso quede claro y si lo hago es porque, como bien has dicho, me tienes totalmente a tu merced. Además ¿qué más quieres saber?Ya lo sabes todo.
-      No, necesito entender tu decisión ¿es mejor vivir una vida vacía solo por el hecho de que no te vuelvan a dañar? ¿crees que eso es vida? – dijo Lesmes acaloradamente.
Ella no contestó, sabía que ninguna respuesta iba a satisfacerle.

-      Yo estaba tremendamente abatida, intenté lidiar con mi sufrimiento… Pero… no pude…estaba desesperada. - Dijo por fin.
-      Todos hemos tenido momentos así en nuestras vidas, pero no por ello nos convertimos en robots sin sentimientos. – Lesmes estaba visiblemente enfadado con ella.
-      Mira el lado positivo, si no fuera por mi decisión probablemente no nos habríamos conocido. – Sonrió levemente mientras decía esto último. Estaba empezando a perder dominio de sí misma, se le caían los ojos poco a poco, cada vez hablaba más despacio. Lesmes, que se había situado junto a ella, la sujetaba con cariño:
-      Celina, debo quitarte la llave, si lo hago volverás a ser como eras antes. Quizá puedas llegar a ser feliz. Vivir sin sentimientos es muy triste. – Esta vez su tono era dulce.
Ella le miró, apoyada en su hombro, y agarró la llave fuertemente con la mano.
-      Si me quitas la llave, sé que te odiaré por haberlo hecho.
-      Quizá con el tiempo llegues a entenderlo y acabes queriéndome.
-      No hay forma de entender un amor que no respeta la voluntad del otro. Si realmente me quieres, dejarás que sea yo quien tome la decisión.
Tras esta última palabra calló totalmente dormida, Lesmes se quedó pensativo…

Celina despertó de un pesado sueño en el que poco a poco fue recordando los acontecimientos que la habían llevado a aquella situación.
Instintivamente llevó la mano a su pecho: la llave seguía ahí. Él había respetado su decisión y su voluntad. No era capaz de sentir ternura o cariño, pero sabía que aquello era lo que merecía Lesmes.
Miró a su alrededor y se dio cuenta de que no estaba en su casa, sino en la casa de Lesmes. Se levantó y le buscó, no estaba allí y tampoco estaba su ropa ni sus cosas; no había rastro de él, ni una nota explicativa. Fue a la oficina en la que él solía trabajar, donde le dijeron que se había marchado aquella mañana temprano.

De vuelta a su casa iba recordando la conversación con él, las molestias que se había tomado, el interés que él había puesto, cómo había respetado sus deseos… Supuso que al final se había rendido y se habría ido. Celina no tenía sentimientos, pero tampoco era estúpida, se dio cuenta de que aquel chico merecía algo más. Se había metido tanto en sus pensamientos mientras caminaba que sin darse cuenta había pasado su casa y había llegado a las afueras de la ciudad. Por allí cerca había un lago, hacía años que no pasaba por allí, así que decidió que seguiría andando y daría una vuelta por allí para recapacitar sobre su decisión.
Sabía que si se quitaba la llave ya no volvería a hacerle efecto nunca más y ni aún quitándosela se aseguraba de que pudiese encontrar a Lesmes ni de que, una vez le encontrase, él siguiese teniendo algún interés en ella. Sabía, también, que si no se quitaba la llave no tendría ningún interés real en ir a buscarle ni solucionaría su situación. En cierto sentido, estaba cansada de esa forma de vida tan rutinaria y monótona. Por otro lado, temía el efecto de quitarse la llave ¿seguiría angustiada por el amor del pasado? ¿Le llegarían todos los sentimientos de los que había huido hasta entonces de golpe?...
Se quedó allí pensando, sentada en un banco cerca del lago, hasta que anocheció, cuando el frío de la noche la sacó de sus pensamientos. No había sido consciente del paso del tiempo y de repente sintió que debía tomar una decisión. Agarró la llave con fuerza y cerró los ojos.


A pesar de haber desentrañado el secreto, que toda una ciudad había ignorado durante tanto tiempo, y de saberse vencedor, Lesmes no sentía ninguna satisfacción; en esto pensaba mientras el traqueteo del carruaje le mecía suavemente. Una sensación extraña le carcomía por dentro, pero no acababa de saber qué era aquello realmente. Ya no le quedaba nada más que hacer allí. Ella tenía razón; debía dejar que ella tomase su propia decisión y respetarla. Tras acostarla en su cama, había preparado sus cosas y bien temprano, sin querer siquiera volverse a mirarla, había cogido su caballo dispuesto a tomar la primera diligencia que saliese. Sin embargo, lo que parecía lo correcto en ese momento ahora le había dejado un vacío extraño.
Para sorpresa de los demás pasajeros, se precipitó a ordenar al cochero que parase en cuanto le fuese posible. Se oyeron quejas y palabras de molestia del resto del pasaje mientras él recuperaba su equipaje y se dirigía a la posada más cercana.

Era ya noche cerrada cuando se encontró llamando a la puerta de Celina. Nadie contestó y empezó a impacientarse y los vecinos no parecían haberla visto en todo el día. A pesar del cansancio trotó toda la noche buscándola por la ciudad, ansioso de encontrarla; comenzaba a estar preocupado. En medio de las calles vacías, sin saber bien qué hacer, un viejo que volvía de una caza nocturna de ranas, le informó que le había parecido ver a una chica cerca del lago “me sorprendió porque es raro ver a gente por allí a estas horas, pero con la oscuridad no podría asegurarle nada” había dicho.

Cuando llegó al final de la ciudad aminoró el paso; aunque quedaba poco tiempo de oscuridad, aún no había amanecido, sería absurdo adentrarse a las cercanías del lago sin luz suficiente para iluminarle el camino. Así que decidió bajarse del caballo y seguir a pie. No se había parado a pensar hasta ahora en lo que le diría cuando la viese; al principio había seguido un impulso y, luego, la preocupación de no encontrarla había evitado que se parase a pensar más en ello. Ni siquiera sabía por qué había vuelto y era ahora, que ya estaba más tranquilo, cuando aquellos pensamientos comenzaban a rondarle la cabeza.
El cielo comenzó a tomar un tono rosado, los primeros rallos de sol comenzaban a asomar, y él ya estaba en las inmediaciones del lago absorto en sus pensamientos cuando la vio sentada en un banco cerca del muelle, totalmente quieta. A pesar de no saber aún qué la diría se acercó con rapidez a ella, por fin la había encontrado.
Celina se giró y le miró, cuando él estaba solo a unos metros. Le pareció ver que sonreía.
-      ¿Sabes? Aquí fue donde Adele me pidió matrimonio. – Era la primera vez que mencionaba el nombre de su exprometido.
Ya había suficiente luz y Lesmes estaba suficientemente cerca como para poder distinguir bien sus facciones: efectivamente sonreía, pero las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Al darse cuenta, Lesmes se apresuró a su lado y la agarró de las manos que estaban heladas; llevaba allí toda la noche, vio que de una de ellas escapaba la cadenita de plata, agarró la cadena con la llave enganchada en ella y la miró a los ojos.
-      Gracias por volver. – Dijo, de nuevo sonriendo entre esas lágrimas que no paraban de salir - ¿Me perdonas?  - Temblaba violentamente y Lesmes no sabría decir si de frío o de aquella tristeza que la imbadía.
Lesmes la besó y la abrazó hasta conseguir que dejase de temblar, luego la llevó en brazos hasta donde había dejado a su caballo y, tras montarla con suavidad, la llevó a casa. Una vez allí se dedicó a darle todo el amor y el calor que le fue posible, hasta conseguir restablecer su corazón, helado durante tanto tiempo, y su cuerpo.


Celina conservó siempre, en un precioso joyerito, su llave con especial cuidado y, en secreto algunas veces, lo abría y se quedaba unos segundos observándola.

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