Chocó sus zapatos uno contra otro tres veces y, aunque no
eran los chapines rojos de Oz sino unas converse negras y desgastadas, cerró
los ojos y formuló, también tres veces, las mágicas palabras “se está mejor en
casa que en ningún sitio” concentrándose en ellas, mientras sentía la suave
vibración en sus pies una vez, otra vez y otra vez.
Realmente deseaba volver a casa… volver a sentirse en casa
y, por un momento, imaginó que pudiese ser posible; que al abrir los ojos se
encontrase dentro de su camita, con su colcha de elefantitos rosas en mitad de
una perfumada noche de primavera.
Quería dejar atrás ese camino de baldosas amarillas que
resultaba tan traicionero con sus baldosas rotas, sus atajos serpenteantes a través
de oscuridades, sus cuestas arriba y abajo… Ya estaba cansada de buscar el
verdadero amor y así poder volver a oír latir su corazón, la verdadera
inteligencia para asegurar que sus decisiones eran las correctas y el coraje
necesario para continuar siempre adelante, a pesar de todo. Se sentía aburrida
de enfrentarse todos los días a las constantes maldades de las brujas del este
y del oeste. Hacía tiempo que sabía que aquel maravilloso mago no era más que un
impostor, que con sus trucos había encandilado a todo el que se había dejado
convencer. Para sus ojos, la ciudad había perdido ese tono verde cristalino de
esmeralda que la hacía tan mágica y característica, de hecho, ninguna ciudad de todas las que había conocido
durante sus largos viajes contenía ya ningún interés para ella, al contrario,
todas se habían vuelto grises, aburridas y monótonas, a pesar de lo preciosas
que pudiesen parecer en el catálogo.
La realidad cada vez tenía más parecido con un cuento, un
cuento en el que había quedado atrapada, en el cual tenía que cumplir el papel
de un personaje que no era del todo el suyo, en el que todo truco de magia
había sido desvelado, con aventuras
repetitivas y acontecimientos totalmente previsibles.
Sí, crecer (y, en suma, vivir) era una gran aventura, pero
ella ya se había cansado. No se podía decir que no se hubiese divertido y tampoco
se trataba de que quisiese abandonar. Quería descansar, aunque solo fuese un
rato, y volver a ver todo aquello como un deseable futuro; como ilusiones de
almohada. Quería retomar los juegos constantes y dejar a un lado el gran reto
que suponía cada día; volver al simple y maravilloso “¿quieres ser mi amigo?” a
no tener preocupaciones y divertirse planeando el futuro, ese futuro que era
ahora su presente y que, en comparación con el que había imaginado, era tan
decepcionante.
Ahora, justo antes de otra de esas situaciones que marcan la
trayectoria de un adulto, solo quería volver a sentirse en casa y descansar.
Tras chocar los zapatos y decir aquellas palabras tres veces, como en el
cuento, abrió los ojos: seguía sentada en aquella elegante sala de espera, con
sus converse desgastadas y su carpeta en la mano. Suspiró, miró a su alrededor,
se levantó y se dirigió a la puerta con la única esperanza de poder escapar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario