Una gota de sudor se resbalaba lentamente por el final de
la axila. Con los brazos ligeramente flexionados, apoyados el alféizar de la
ventana, soportando casi todo el peso de mi cuerpo. Casi sin poder respirar, con
la espalda doblada, aún de pie frente a la ventana.
Dejé caer la cabeza hasta que quedó a la altura de los hombros, ahora podía verme los pies descalzos, y dejé que mi cabeza se calentase cada vez más, podía notar como se iba enrojeciendo, aunque no la viese, mientras oía el acelerado palpitar del corazón en mi cabeza y notaba vibrar mis sienes.
Ese día había despertado de una manera distinta; había estado pensando en los acontecimientos ocurridos últimamente en mi vida mientras me vencía el sueño y, no en balde, aquellos pensamientos habían hecho mella en mí... Aquella mañana, no era un día normal, había tomado una decisión y era la hora de llevarla a cabo.
Dejé caer la cabeza hasta que quedó a la altura de los hombros, ahora podía verme los pies descalzos, y dejé que mi cabeza se calentase cada vez más, podía notar como se iba enrojeciendo, aunque no la viese, mientras oía el acelerado palpitar del corazón en mi cabeza y notaba vibrar mis sienes.
Ese día había despertado de una manera distinta; había estado pensando en los acontecimientos ocurridos últimamente en mi vida mientras me vencía el sueño y, no en balde, aquellos pensamientos habían hecho mella en mí... Aquella mañana, no era un día normal, había tomado una decisión y era la hora de llevarla a cabo.
Ya había caído la noche y la anaranjada luz de las farolas
iluminaba la calle insuficientemente.
Levanté la cabeza rápidamente, me había parecido oír un
ruido… Si, la tormenta que se llevaba temiendo hacía tanto tiempo estaba
comenzando, en poco rato empezaría a llover. Miré al cielo sacando
la cabeza por la ventana abierta, como intentando calcular cuánto tiempo
tardarían en caer las gotas. Me quedé un segundo con la mirada en el cielo,
estática en aquella postura, sacando medio cuerpo fuera, mientras meditaba:
Mientras me vestía aquella mañana los pensamientos se habían ido amontonando en
mi mente y habían ido tomando formas extrañas; formas de recuerdos del pasado,
de personas, de momentos y, en general, de mi vida… Esa que me había propuesto
cambiar “YA” tantas veces y que luego acababa siendo un "LUEGO" y al
final jamás cambiaba, aquella vida que ya no sería la mía, aquella que ya había
llegado a su "YA" final, al último “YA” que conocería este nombre, esta
yo.
Me di cuenta entonces, de que no tenía más tiempo que
perder. Miré hacia atrás, al fondo de mi habitación, y luego hacía delante de
nuevo, al edificio que tenía delante. Pasé el brazo por mi frente, en la que
habían quedado pegados, por el sudor, algunos pelos rebeldes.
Subí al escritorio, situado frente a la ventana, poniéndome
de pie sobre él, y me sujeté en los laterales de la ventana mirando al vacío primero y, luego, hacia el cielo. Ya no me quedaba mucho y aún así no temblaba, estaban
firme, a pesar de que sabía lo que me esperaba.
Sí, ya nadie me haría cambiar de opinión de nuevo, por fin
me había dado cuenta de lo que me sucedía y echar marcha atrás NO era una
opción.
Así es, la vida me quedaba grande. Yo quería vivir, me
gustaba la vida. Sentir, saborear, tocar… Todo lo que significa la vida era
hermoso y fascinante para mí. Incluso el dolor, pero ya no podía vivir más
sintiendo esa angustia que me oprimía el pecho.
Era como aquella prenda de tu madre, que te pruebas de
pequeña y te encanta, deseas ser mayor pronto y que te valga, rezas para poder
lucirla algún día. En tu pequeño cuerpecito queda enorme, pero te imaginas cómo
será cuando te valga y te ves ¡perfecta!
Sin embargo, la sensación de que yo jamás crecería lo
suficiente como para verme bien en esa prenda me estaba quemando lentamente.
La lluvia empezó a empaparme la cara, era una lluvia
cálida, a pesar de que la noche era fresca. Sonreí al sentirla en mi cara, en
mi cuerpo, me empapaba la cara acalorada por la angustia y los nervios. La
brisa me acariciaba y refrescaba. Me permití un último momento de duda; cerré
los ojos y recordé la decisión que había tomado esa mañana y lo que me había
llevado finalmente hasta esa ventana: El aprendizaje que debía significar la
vida, en mí, había llegado a su cenit, y fue esa mañana cuando me di cuenta de
este detalle.
No estaba cansada de la vida, ni siquiera estaba deprimida.
Simplemente había llegado al final de mi aprendizaje, ya no podía aprender más
de ella, y aún así no conseguía que fuese como yo quería.
“Tal vez”, me dije un momento antes de saltar, para
convencerme por completo, “Tal vez… así comprenderé que es lo que me falta,
comprenderé tantas cosas que no se comprenden jamás…” Y salté, al vacío, en aquella noche lluviosa.
Muy visual, escribes muy bien, con un aire melancólico tremendo que me quiere sonar, sera la genética!!!
ResponderEliminarSin embargo, tú usas las palabras adecuadas y es fácil de leer,de imaginar, de sentir, de soñar...pero también estoy deseando ver de vez en cuando un poco de luz en este blog y no tanta sombra...aunque ya sabes que los contraluces me encantan ;)