sábado, 19 de diciembre de 2015

El tesoro de una quimera

¿Alguien se ha imaginado alguna vez cómo es un pirata antes de convertirse en pirata? Sí, lo que os digo. Probablemente nunca lo habíais pensado, en realidad yo tampoco me había parado a pensarlo hasta que conocí a uno.

Los piratas, una vez dentro de lo que podríamos llamar el “oficio de saqueador o corsario”, rara vez hablan de su pasado; reniegan de él o mienten (dado que la mentira forma parte de su mundo), lo que hace muy difícil saber cómo era realmente el pirata antes de embarcarse en este pintoresco gremio y cuál fue el germen que le hizo entrar en este mundo. 
Podréis imaginar, que nadie despierta un día diciendo “¡Eh! Quiero ser pirata” y se embarca sin más en una nave.
Como ya he dicho, nunca antes pensé en esto (nadie lo hace), sin embargo, una noche de invierno en que salí a tomar algo con unos amigos a un bar cerca de nuestra casa, tuve una conversación muy interesante con uno de ellos. No me habría podido imaginar jamás cuán lejos pueden llegar los sueños de una persona y cuán peligrosos pueden llegar a ser; llegando incluso a truncar vidas. De repente nos descubrimos planeando un futuro que, aparentemente, era una simple ilusión de sábado por la noche pero, lo que comenzó como un inocente juego para hablar de sueños absurdos, acabó convirtiéndose en la confesión de un íntimo deseo; una idea persistente, firmemente instalada en lo más profundo de su subconsciente.

No, no quería ser pirata, por supuesto, como ya he dicho nadie se despierta un día decidiendo que lo suyo es el abordaje y el saqueo. La idea que le rondaba constantemente la cabeza era que quería comprarse un barco. Había probado varias veces a hacer pequeños viajes en barco y quería vivir la experiencia de vivir una temporada en alta mar. Nos reímos, la idea parecía descabellada y una inocente ilusión de futuro, pero algo en mi interior se conmovió; era más que eso.
Sin darme cuenta, había empezado a tirar de la cuerda, a hacer preguntas, quería saber más. Él, un programador que comenzaba a destacar en su carrera recientemente iniciada, me contaba, sin darse cuenta de lo absurdo que sonaba, datos sorprendentemente precisos de cómo conseguir llevar a cabo aquella quimera: precios, qué clase de barco quería, cómo conseguir la licencia para pilotarlo, cuál era precisa para cada tipo de embarcación… Como digo, aparentemente era una conversación normal sobre aspiraciones de futuro pero, sin darnos cuenta, habíamos encendido una llama muy poderosa. La noche acabó sin mayor novedad y nuestra amistad continúo de igual manera. No siempre que nos veíamos hablábamos sobre el tema, de hecho, pocas veces volvimos a mencionarlo pero, desde ese día, algo cambió en su interior y ni yo, ni ninguno de nosotros, podría parar aquel proceso. Él siguió ascendiendo en su carrera, o eso me pareció, y yo continúe con mi vida. Poco a poco nuestros caminos se separaron y, de un año para otro, ya solo sabía de él a través de un amigo común.

La primera vez que se mencionó su nombre en las noticias me sorprendió pero, cuando me paré a pensarlo detenidamente, todo empezó a tener sentido; los recuerdos que yo tenía de él comenzaron a enlazarse como en un puzzle, creando una viva imagen psicológica de aquel individuo que había sido un extraño para mí durante tanto tiempo y que, ahora, veía tan claro. El típico “¿cómo no me di cuenta antes?” apareció en mi cabeza y sonreí para mis adentros; al fin y al cabo había logrado lo que muchos de nosotros jamás lograríamoss: hacer realidad su sueño. Quizá no de la manera que él planeaba en un principio, pero claro ¿quién puede controlar un sueño?

No sé muy bien cuál fue realmente el proceso. Dicen que, tras años trabajando duro para ahorrar el dinero necesario para comprar una nave, un día comenzó a rondar el embarcadero con una sola idea en la cabeza y una botella de alcohol en la mano. Pronto, sus ausencias en el trabajo para indagar sobre naves le hicieron perder su empleo y, en cuestión de meses, se acabó echando a perder. El hecho es que, finalmente, se hizo a la mar una tormentosa noche, tras robar el mejor velero del puerto y aún sin la licencia de navegación (ya sabía lo suficiente). Desafió todo pronóstico al sobrevivir a aquella tormenta, que resultó ser bastante fuerte, demostrando ser un gran marinero. Tras aquello lo único que sé es que es temido y buscado en medio mundo por sus robos, saqueos y extorsiones a la justicia.


Lo que me pregunto ahora es ¿se acordará de aquella noche en que ese sueño realmente salió a la luz y cobró vida? 

domingo, 29 de noviembre de 2015

Tócala y vete; Mujeres de tinta

Como algunos ya sabéis, hace algunas semanas que participo en el programa de radio Tócala y vete, con mi amigo Álex Romero.
Mi sección, llamada Mujeres de tinta, habla de literatura femenina, es decir: tanto escrita por mujeres como dirigida a mujeres o con mujeres como protagonistas. 

Es mi primera experiencia en este maravilloso terreno de la radio, así que perdonad que no lo haga a la perfección, ya iré puliendo la técnica, dado que la temática me encanta y estoy entusiasmada por preparar el siguiente programa. ;)

Para este estreno de la nueva sección, Mujeres de tinta, he escogido la obra El cuarto de atrás, de Carmen Martín Gaite, espero que os guste:

Tócala y vete, programa completo: 

http://www.ivoox.com/tocala-vete-4x04-audios-mp3_rf_9148639_1.html

Sección: Mujeres de tinta: 

https://soundcloud.com/mariaje-alvarez-de-la-bra-a/mujeres-de-tinta-p1

Os dejo el  link a través del cual podréis acceder al programa completo: y, por otro lado, os dejo también mi sección del programa, para quien no lo haya oído aún.

¡Un saludo desde Lituania!

viernes, 6 de noviembre de 2015

La habitación

Este lo escribí hace unos cuantos años, lo he salvado del olvido y tras un lavado de cara he decidido publicarlo como ejercicio. A ver qué os parece:


Cuando un tenue rayito de luz iluminó aquella habitación, se vio que en ella reinaba un total y absoluto caos: Un montón de cosas inservibles estaban acumuladas, rotas y mezcladas con otras más importantes pero maltratadas. Había muebles rotos que servían de casa a un montón de ácaros, telarañas y suciedad. Las paredes tenían grietas, desconchones y goteras. El parqué estaba carcomido, desgastado… ¡¡Aquel era el paraíso de las ratas!!

Pero, tras la pequeña iluminación, entró una brisa que se convirtió, poco a poco, en un aire fresco y aromático que levantó con fuerza la cortina rasgada. 
Aquel rayito de luz se hizo cada vez más potente hasta convertirse en una luz resplandeciente y cegadora, con la que toda la habitación se despertó. 

Pronto, esa habitación, que solo conocía la oscuridad y la mugre desde hacía mucho, comenzó a recrearse.
Sus paredes recompusieron, como pudieron, las grietas y los agujeros que los terremotos habían creado. La antigua y desconchada pintura de las paredes fue sustituida por una nueva, de un color mucho más alegre. El parqué se lijó y barnizó de nuevo. Aparecieron en las paredes nuevos cuadros, de alegres paisajes y preciosas imágenes con marcos espléndidos que reemplazaron a los anteriores, arcaicos y tristes, cuadros. Fue limpiada a fondo de la mugre, los ácaros y las telarañas. Los muebles rotos y antiguos fueron restaurados y, además, aparecieron algunos nuevos; creando un nuevo ambiente. 
Todas aquellas cosas inútiles que estaban esparcidas y acumuladas por todos los rincones desaparecieron, a excepción de algunas que se guardaron como recuerdo (no sin antes limpiarlas a fondo), y las cosas valiosas se recolocaron en lugares más idóneos.
Aquella habitación quedó completamente remodelada. Los muebles ahora estaban estudiadamente colocados en lugares estratégicos para poder lucir las cosas más bonitas y esconder los lugares con marcas de antiguos malos tiempos.

Ahora la habitación brillaba y resplandecía, incluso olía distinto. Sin embargo, una vez dentro de ella, si te fijabas bien, aún podías encontrar en algunas esquinas, debajo de las preciosas y nuevas alfombras, en los restaurados muebles e, incluso en la pared, pequeñas cicatrices del pasado: grietas, agujeros o desconchones que eran imborrables o que habían reaparecido a pesar de las reformas.

jueves, 22 de octubre de 2015

Baldosas rotas

Chocó sus zapatos uno contra otro tres veces y, aunque no eran los chapines rojos de Oz sino unas converse negras y desgastadas, cerró los ojos y formuló, también tres veces, las mágicas palabras “se está mejor en casa que en ningún sitio” concentrándose en ellas, mientras sentía la suave vibración en sus pies una vez, otra vez y otra vez.

Realmente deseaba volver a casa… volver a sentirse en casa y, por un momento, imaginó que pudiese ser posible; que al abrir los ojos se encontrase dentro de su camita, con su colcha de elefantitos rosas en mitad de una perfumada noche de primavera.
Quería dejar atrás ese camino de baldosas amarillas que resultaba tan traicionero con sus baldosas rotas, sus atajos serpenteantes a través de oscuridades, sus cuestas arriba y abajo… Ya estaba cansada de buscar el verdadero amor y así poder volver a oír latir su corazón, la verdadera inteligencia para asegurar que sus decisiones eran las correctas y el coraje necesario para continuar siempre adelante, a pesar de todo. Se sentía aburrida de enfrentarse todos los días a las constantes maldades de las brujas del este y del oeste. Hacía tiempo que sabía que aquel maravilloso mago no era más que un impostor, que con sus trucos había encandilado a todo el que se había dejado convencer. Para sus ojos, la ciudad había perdido ese tono verde cristalino de esmeralda que la hacía tan mágica y característica, de hecho, ninguna  ciudad de todas las que había conocido durante sus largos viajes contenía ya ningún interés para ella, al contrario, todas se habían vuelto grises, aburridas y monótonas, a pesar de lo preciosas que pudiesen parecer en el catálogo.

La realidad cada vez tenía más parecido con un cuento, un cuento en el que había quedado atrapada, en el cual tenía que cumplir el papel de un personaje que no era del todo el suyo, en el que todo truco de magia había sido desvelado, con  aventuras repetitivas y acontecimientos totalmente previsibles.
Sí, crecer (y, en suma, vivir) era una gran aventura, pero ella ya se había cansado. No se podía decir que no se hubiese divertido y tampoco se trataba de que quisiese abandonar. Quería descansar, aunque solo fuese un rato, y volver a ver todo aquello como un deseable futuro; como ilusiones de almohada. Quería retomar los juegos constantes y dejar a un lado el gran reto que suponía cada día; volver al simple y maravilloso “¿quieres ser mi amigo?” a no tener preocupaciones y divertirse planeando el futuro, ese futuro que era ahora su presente y que, en comparación con el que había imaginado, era tan decepcionante.


Ahora, justo antes de otra de esas situaciones que marcan la trayectoria de un adulto, solo quería volver a sentirse en casa y descansar. Tras chocar los zapatos y decir aquellas palabras tres veces, como en el cuento, abrió los ojos: seguía sentada en aquella elegante sala de espera, con sus converse desgastadas y su carpeta en la mano. Suspiró, miró a su alrededor, se levantó y se dirigió a la puerta con la única esperanza de poder escapar.