jueves, 18 de agosto de 2016

Entretecho

Nunca se había fijado en aquel agujero del techo hasta aquel día en que, agotada, miró hacia arriba intentando estirar el cuello.

Llevaba tres años trabajando en aquella oficina situada en el centro de la ciudad, en uno de esos rascacielos llenos de oficinas. Desde las ventanas se podían ver todas las azoteas y el skyline de la ciudad, incluso una nube continua de polución alrededor de ellos.

Se desperezó en su asiento, estirando los brazos y la espalda lo máximo posible; agarrotada de mantener la misma postura durante horas. Fue cuando echó la cabeza hacia atrás para liberar las cervicales cuando vio que, en uno de los paneles del falso techo, justo encima de ella, había  una roncha marrón de alguna gotera y en una esquina de la misma un desconchón de, más o menos, un par de palmos. A través del pladur roto se podían ver cables y tuberías llenas de polvo y telas de araña, aparte de eso, todo era oscuridad.
Le sorprendió no haberse fijado hasta ahora en aquel agujero ¿cuándo habrían tenido goteras allí? Se sumió en sus pensamientos mirándolo hasta que su compañera de enfrente la sacó de su ensimismamiento para pedirle unos artículos por encima de la pantalla de cristal que las separaba.

Aquellas ensoñaciones mirando el agujero se repitieron en los días posteriores: en sus ratos de desconexión, mientras hacía sus estiramientos, apoyaba la cabeza sobre el respaldo y se distraía mirando aquel hueco. Se dejaba llevar por diversos pensamientos y divagaciones, se sumía en un pequeño sopor, reflexionaba sobre su vida,  se evadía en su mundo interior... Aquella gotera se convirtió en su “Babia” particular y su escape de la rutina.
Poco a poco, aquellos momentos de distracción, se hicieron más largos y más constantes. Muchas veces solo la lograba sacar de su ensimismamiento el golpe seco que daba en la mesa su compañera de enfrente con la carpeta, y que venía acompañado de alguna frase del tipo “¡despierta!” o “¿en qué piensas tan concentrada?”

Aquellas últimas semanas fueron muy atareadas en la oficina y no pudo relajarse mirando el polvo y las telarañas que poblaban la tubería sobre su cabeza. Echaba de menos aquel rincón oscuro en el que huía de todo. A veces, incluso, imaginaba que escapaba por allí y llegaba hasta la azotea, donde encontraba otro mundo.
Uno de aquellos días de estrés, en una rápida ojeada que echó, le pareció ver algo que se movía dentro. Como quien ve una sombra, volvió a mirar para cerciorarse de lo que había visto, y se quedó atenta observando; algo se movía en la oscuridad, pero no pudo entretenerse porque su compañera ya la estaba acechando con unos documentos. Aquel día se permitió echar pequeñas miradas al techo y en una de ellas creyó ver unos ojos que la observaban desde la entre las sombras.

Durante toda la semana, intentó aprovechar todos los huecos ociosos en los que poder alzar la cabeza para echar un vistazo y un par de días llegó temprano a la oficina para subirse a su silla e inspeccionar más de cerca, con lo que lo único que consiguió fue estornudar con el polvo y mancharse las manos.

Se le acumulaba el trabajo. Tenía poco tiempo libre, se pasaba el día en la oficina, cuando salía se llevaba cosas para adelantar en casa y dormía poco, pero seguían acumulándose las tareas. Mientras tanto, aquella presencia en el techo se fue haciendo más evidente: oía arañazos y gruñidos sobre su cabeza, miraba hacia arriba y veía algo moverse de acá para allá a través de las tuberías. Sabía que no era una rata, a pesar de que no había llegado a ver exactamente qué era, parecía más grande y no tenía la cola larga. Probablemente aquel agujero era su guarida. Probó a dejar pequeños trozos de comida sobre la mesa al irse y por la mañana aparecían mordisqueados o solo migajas. Gracias a eso, un día que tuvo que quedarse hasta tarde en la oficina terminando unos trámites, el animalillo se tomó la libertad de salir de su guarida en busca de su nueva amiga. Aunque esquivo, se dejó observar, y ella se dio cuenta de que era la primera vez que veía esa especie que, por sacarle parecido a algo, se asemejaba a un mapache. Consiguió darle de comer en la mano, parecía que el animal se sentía un poco solo.

A partir de entonces, dejó de importarle la montaña de carpetas acumuladas en su escritorio. Jugaba con el animalillo cuando todos se habían ido y él había ido cogiendo confianza suficiente como para bajar a hurtadillas hasta su mesa y acurrucarse en sus muslos mientras ella estaba en el escritorio trabajando, la arañaba las piernas y le mordisqueaba los dedos para que jugase con ella durante las horas de trabajo, pero se escondía en cuanto oía pasos cercanos, volvía a su escondrijo cada vez que el jefe venía a pedirla explicaciones sobre el trabajo retrasado, etc. Siempre, cuando se iba, el animal la instaba a que subiese a su guarida con él, parecía que no quería quedarse solo de nuevo. Intentó encontrar en internet de que especie se trataba, pero no encontraba nada que se le pareciese. Cuando el animal no podía bajar a estar con ella, ella le oía llamarla con quejiditos y se asomaba a mirarla.

La ultima vez que su jefe se acercó a su mesa fue para gritarla: ya había recibido suficientes avisos, tendría que tener el trabajo acabado para mañana. Ella simplemente agachó la cabeza. Se quedó, con la idea de acabarlo durante la noche, en la oficina. Todo el mundo se había ido ya y el animalillo bajó con la intención de jugar, ya que no le había hecho caso en todo el día. Todo estaba silencioso y oscuro, solo se oía el teclear de su ordenador y la única luz era la de su escritorio. Aquel bichito la arañaba y la gruñía cariñosamente para que jugase con él, ella intentaba concentrarse en su trabajo y le decía “hoy  no” con seriedad y cariño. No quiso ni mirarle, no quería perder su trabajo, debía concentrarse. No se resignó, subió trepando ágilmente por las estanterías y de un salto se coló de nuevo en su guarida, desde la que asomaba la cabeza y siguió gimiendo, llamándola cada vez más alto. Cansada, miró hacia arriba con un severo “no” espirado de su boca pero, cuando posó su vista en aquellos desolados ojillos verdes se quedó helada.
Un fuerte impulso se apoderó de ella y, subiéndose a la silla y tras apoyar uno de sus pies en una de las estanterías, metió las manos por el agujero del techo, intentando alcanzarle, pero él no se dejaba; jugaba. Como no le cabía la cabeza, decidió levantar el panel del falso techo lo suficiente para meter la cabeza. Pudo ver que era un espacio bastante amplio pese a las tuberías. Deslizó el panel que había levantado dentro de la guarida de su amigo, dio un fuerte impulso con las piernas y, lentamente y con esfuerzo, fue arrastrando su cuerpo dentro del falso techo, temerosa de que se cayese con su peso. Una vez estuvo dentro, sorprendida de que no cediese, el animalillo se acercó y le lamió la cara, cariñoso. Ella volvió a colocar el panel en su sitio, esta vez desde dentro, acariciando a su amiguito.



No se volvió a saber nada de ella y su compañera del trabajo miraba al techo, como solía hacer ella unas semanas antes, preguntándose qué sería lo que había visto allí que había llamado tanto la atención durante aquel mes antes de desaparecer.

martes, 10 de mayo de 2016

La llave mágica de Celina (IV)

Último capítulo de la leyenda de Celina:

Al medio día del tercer día, cuando Celina regresaba a casa vio una nota pegada en la puerta de su casa en la que Lesmes la citaba para aquella tarde cenar juntos. Celina se sorprendió de no haber sabido nada de él desde que se decidió a aquel trato absurdo; llegó a pensar que había abandonado la ciudad, así que le agradó saber que le volvería a ver.

Llegó a la hora acordada y al lugar acordado; un parque cercano a la casa de éste. Lesmes había preparado una cena estilo picknick en el césped; todo muy romántico.

-      Vaya cuánto lujo ¿qué celebramos? – Dijo Celina sonriendo.
-      El final de mis negocios aquí, ya puedo volver a mi ciudad natal.
Celina sonrió. No había hecho mención a aquel trato, supuso que se había rendido en su intento de desenmascararla, así que lo dejó estar.

Tras una suculenta cena acompañada de una agradable conversación, Lesmes sacó una botella de champagne y propuso un brindis.
-      Brindemos.
     -    Dijo sonriendo mientras alzaba la copa – Por una nueva vida.
Ella, sonriendo se llevó la copa a los labios, mientras él la observaba sin beber de la suya.

-      Por haber descubierto tu secreto. – tras esto, Celina que acababa de dar un sorbo le miró sorprendida y sonriente.
-      Ayer fui a ver a la pitonisa. Ella me reclamó. Lo sé todo, Celina… No tienes por qué fingir más y, antes de que el veneno que he puesto en el champagne te haga efecto y te quedes dormida, me gustaría darte la oportunidad de explicar tus motivos.

La amable sonrisa de Celina se borró por completo al oír aquello. Le observó sorprendida y miró su copa: casi la había apurado de un trago… No había vuelta atrás.
-      No tengo por qué darte ninguna explicación – dijo totalmente seria - quiero que eso quede claro y si lo hago es porque, como bien has dicho, me tienes totalmente a tu merced. Además ¿qué más quieres saber?Ya lo sabes todo.
-      No, necesito entender tu decisión ¿es mejor vivir una vida vacía solo por el hecho de que no te vuelvan a dañar? ¿crees que eso es vida? – dijo Lesmes acaloradamente.
Ella no contestó, sabía que ninguna respuesta iba a satisfacerle.

-      Yo estaba tremendamente abatida, intenté lidiar con mi sufrimiento… Pero… no pude…estaba desesperada. - Dijo por fin.
-      Todos hemos tenido momentos así en nuestras vidas, pero no por ello nos convertimos en robots sin sentimientos. – Lesmes estaba visiblemente enfadado con ella.
-      Mira el lado positivo, si no fuera por mi decisión probablemente no nos habríamos conocido. – Sonrió levemente mientras decía esto último. Estaba empezando a perder dominio de sí misma, se le caían los ojos poco a poco, cada vez hablaba más despacio. Lesmes, que se había situado junto a ella, la sujetaba con cariño:
-      Celina, debo quitarte la llave, si lo hago volverás a ser como eras antes. Quizá puedas llegar a ser feliz. Vivir sin sentimientos es muy triste. – Esta vez su tono era dulce.
Ella le miró, apoyada en su hombro, y agarró la llave fuertemente con la mano.
-      Si me quitas la llave, sé que te odiaré por haberlo hecho.
-      Quizá con el tiempo llegues a entenderlo y acabes queriéndome.
-      No hay forma de entender un amor que no respeta la voluntad del otro. Si realmente me quieres, dejarás que sea yo quien tome la decisión.
Tras esta última palabra calló totalmente dormida, Lesmes se quedó pensativo…

Celina despertó de un pesado sueño en el que poco a poco fue recordando los acontecimientos que la habían llevado a aquella situación.
Instintivamente llevó la mano a su pecho: la llave seguía ahí. Él había respetado su decisión y su voluntad. No era capaz de sentir ternura o cariño, pero sabía que aquello era lo que merecía Lesmes.
Miró a su alrededor y se dio cuenta de que no estaba en su casa, sino en la casa de Lesmes. Se levantó y le buscó, no estaba allí y tampoco estaba su ropa ni sus cosas; no había rastro de él, ni una nota explicativa. Fue a la oficina en la que él solía trabajar, donde le dijeron que se había marchado aquella mañana temprano.

De vuelta a su casa iba recordando la conversación con él, las molestias que se había tomado, el interés que él había puesto, cómo había respetado sus deseos… Supuso que al final se había rendido y se habría ido. Celina no tenía sentimientos, pero tampoco era estúpida, se dio cuenta de que aquel chico merecía algo más. Se había metido tanto en sus pensamientos mientras caminaba que sin darse cuenta había pasado su casa y había llegado a las afueras de la ciudad. Por allí cerca había un lago, hacía años que no pasaba por allí, así que decidió que seguiría andando y daría una vuelta por allí para recapacitar sobre su decisión.
Sabía que si se quitaba la llave ya no volvería a hacerle efecto nunca más y ni aún quitándosela se aseguraba de que pudiese encontrar a Lesmes ni de que, una vez le encontrase, él siguiese teniendo algún interés en ella. Sabía, también, que si no se quitaba la llave no tendría ningún interés real en ir a buscarle ni solucionaría su situación. En cierto sentido, estaba cansada de esa forma de vida tan rutinaria y monótona. Por otro lado, temía el efecto de quitarse la llave ¿seguiría angustiada por el amor del pasado? ¿Le llegarían todos los sentimientos de los que había huido hasta entonces de golpe?...
Se quedó allí pensando, sentada en un banco cerca del lago, hasta que anocheció, cuando el frío de la noche la sacó de sus pensamientos. No había sido consciente del paso del tiempo y de repente sintió que debía tomar una decisión. Agarró la llave con fuerza y cerró los ojos.


A pesar de haber desentrañado el secreto, que toda una ciudad había ignorado durante tanto tiempo, y de saberse vencedor, Lesmes no sentía ninguna satisfacción; en esto pensaba mientras el traqueteo del carruaje le mecía suavemente. Una sensación extraña le carcomía por dentro, pero no acababa de saber qué era aquello realmente. Ya no le quedaba nada más que hacer allí. Ella tenía razón; debía dejar que ella tomase su propia decisión y respetarla. Tras acostarla en su cama, había preparado sus cosas y bien temprano, sin querer siquiera volverse a mirarla, había cogido su caballo dispuesto a tomar la primera diligencia que saliese. Sin embargo, lo que parecía lo correcto en ese momento ahora le había dejado un vacío extraño.
Para sorpresa de los demás pasajeros, se precipitó a ordenar al cochero que parase en cuanto le fuese posible. Se oyeron quejas y palabras de molestia del resto del pasaje mientras él recuperaba su equipaje y se dirigía a la posada más cercana.

Era ya noche cerrada cuando se encontró llamando a la puerta de Celina. Nadie contestó y empezó a impacientarse y los vecinos no parecían haberla visto en todo el día. A pesar del cansancio trotó toda la noche buscándola por la ciudad, ansioso de encontrarla; comenzaba a estar preocupado. En medio de las calles vacías, sin saber bien qué hacer, un viejo que volvía de una caza nocturna de ranas, le informó que le había parecido ver a una chica cerca del lago “me sorprendió porque es raro ver a gente por allí a estas horas, pero con la oscuridad no podría asegurarle nada” había dicho.

Cuando llegó al final de la ciudad aminoró el paso; aunque quedaba poco tiempo de oscuridad, aún no había amanecido, sería absurdo adentrarse a las cercanías del lago sin luz suficiente para iluminarle el camino. Así que decidió bajarse del caballo y seguir a pie. No se había parado a pensar hasta ahora en lo que le diría cuando la viese; al principio había seguido un impulso y, luego, la preocupación de no encontrarla había evitado que se parase a pensar más en ello. Ni siquiera sabía por qué había vuelto y era ahora, que ya estaba más tranquilo, cuando aquellos pensamientos comenzaban a rondarle la cabeza.
El cielo comenzó a tomar un tono rosado, los primeros rallos de sol comenzaban a asomar, y él ya estaba en las inmediaciones del lago absorto en sus pensamientos cuando la vio sentada en un banco cerca del muelle, totalmente quieta. A pesar de no saber aún qué la diría se acercó con rapidez a ella, por fin la había encontrado.
Celina se giró y le miró, cuando él estaba solo a unos metros. Le pareció ver que sonreía.
-      ¿Sabes? Aquí fue donde Adele me pidió matrimonio. – Era la primera vez que mencionaba el nombre de su exprometido.
Ya había suficiente luz y Lesmes estaba suficientemente cerca como para poder distinguir bien sus facciones: efectivamente sonreía, pero las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Al darse cuenta, Lesmes se apresuró a su lado y la agarró de las manos que estaban heladas; llevaba allí toda la noche, vio que de una de ellas escapaba la cadenita de plata, agarró la cadena con la llave enganchada en ella y la miró a los ojos.
-      Gracias por volver. – Dijo, de nuevo sonriendo entre esas lágrimas que no paraban de salir - ¿Me perdonas?  - Temblaba violentamente y Lesmes no sabría decir si de frío o de aquella tristeza que la imbadía.
Lesmes la besó y la abrazó hasta conseguir que dejase de temblar, luego la llevó en brazos hasta donde había dejado a su caballo y, tras montarla con suavidad, la llevó a casa. Una vez allí se dedicó a darle todo el amor y el calor que le fue posible, hasta conseguir restablecer su corazón, helado durante tanto tiempo, y su cuerpo.


Celina conservó siempre, en un precioso joyerito, su llave con especial cuidado y, en secreto algunas veces, lo abría y se quedaba unos segundos observándola.

lunes, 2 de mayo de 2016

La llave mágica de Celina (III)

Segundo capítulo de la leyenda de Celina y su llave:


Celina que, a ojos de todo el mundo, había vuelto de unas largas vacaciones, ya no era la misma. Seguía con su vida normal,  pero sus ojos eran ahora fríos, rara vez sonreía y la inexpresividad reinaba en su rostro.
Todo en su vida se convirtió en efímero: Se rodeaba de mucha gente pero el trato con ellos era demasiado superficial como para que llegasen a considerarse sus amigos, tenía muchos amantes, pero después de una temporada se cansaba y buscaba otros nuevos.

Lo que, al principio, todo el mundo había justificado como reacción por haberse visto abandonada, empezó a ser molesto y criticado hasta el punto de que se la comenzó a conocer como “la mujer de hielo”. Los niños iban a su perta a burlarse de ella, pero ella no se inmutaba, lo cual acabó haciendo que la temiesen. Se llegó incluso a crear mala fama entre las vecinas por acostarse con hombres casados o por los numerosos chicos a los que había enamorado y abandonado, pero a ella nada de eso le importaba; ella solo conocía un AHORA y un YO.

Pasó el tiempo y uno de aquellos días, que para ella eran idénticos unos de otros, dado que los sentimientos no influían en su relevancia, vio en el mercado a un chico que atrajo su atención con sus profundos ojos marrones. Instantáneamente decidió que sería su nuevo amante y no tardó en conseguir llamar su atención.
- Ten cuidado con esa chica. – Oyó Lesmes que le decía la dependienta del puesto frente al que estaba.

No había reparado en que se había quedado mirando a la chica descaradamente en medio del mercado. Soltó una suave risita disimulando su rubor.
- ¿Por qué no?- Preguntó él, como si tal cosa,  mientras se centraba de nuevo en las verduras que había venido a comprar. 
- ¿No has oído lo que cuentan? – Él levantó la vista con interés. Claramente no tenía ni idea de lo que estaba hablando, él era nuevo en la ciudad. 
- Muchos se han enamorado de ella, han ido a llorar a su puerta, la han suplicado su amor, pero ella… ¡Ni se inmutaba! Dicen que es una bruja que se alimenta del dolor de la gente, pero yo no sé qué pensar. Se la conoce como “la mujer de hielo” por su frialdad. – Decía la mujer con un tono entre el misterio y el chismorreo. 
- Bueno, gracias por el aviso. – Dijo mientras pagaba las verduras y se alejaba entre divertido e intrigado. Sin darse cuenta aquella señora había encendido la llama; no había cosa que le atrajese más a Lesmes que un misterio por resolver.

La buscó con la mirada a través del gentío y enseguida la localizó. Le miraba desde la distancia, apoyada contra una de las paredes de la plaza en la que se encontraba el mercado; le estaba esperando. Esto le causó más intriga todavía.
- ¿Cómo sabías que pasaría por aquí?- Preguntó él sorprendido. Y ella se limitó a encoger los hombros.
Tras una formal presentación caminaron juntos mientras charlaban. Cuando llegaron a la esquina de la casa de Celina, esta se despidió ofreciéndole cenar juntos esa noche para continuar con la entretenida charla.

Durante la cena ella parecía sumamente interesada en lo que había traído a Lesmes a aquella aburrida ciudad provinciana. Él habló largo y tendido del trayecto que había hecho y, más brevemente, explicó que unos negocios le habían llevado hasta aquel lugar. Celina se alegró al saber que su estancia no se prolongaría por mucho tiempo (ya tenía demasiados problemas con los vecinos). Su charla continuó alegremente y él quedó en visitarla al día siguiente.

Celina había conseguido crear mucho suspense alrededor de su persona evitando, con elegante sutileza, cualquier tema relevante a su vida personal. Esto, sumado a aquella advertencia de la verdulera, no hizo más que aumentar el deseo de Lesmes de saber más, así que decidió ir a hablar con las gentes de por allí, tenía que investigar y decidió empezar por la primera persona que le había despertado la intriga.

A la mañana siguiente, en el mercado, consiguió más de lo que esperaba:
-      Dicen por ahí que está embrujada, que vendió su alma al diablo o algo por el estilo… - decía la vendedora - Yo la conocía cuando niña. Su madre era amiga suya ¿sabes? y, desde que su prometido la abandonó, hará dos años, no ha vuelto a ser la misma. 
-      ¿Prometido? -  Preguntó él, más para sí mismo que a la señora. 
- Sí. Tuvo un romance con un muchacho de aquí. Pero creo que la abandonó para irse con otra mujer…  No sé exactamente cómo quedó la historia pero, al parecer, la pobre quedó destrozada. Durante un tiempo no la vimos por aquí; yo imaginé que se había ido a unos baños a recuperar la salud, el humor… Cierto es que cuando volvió se la veía mejor, pero ¡a qué precio! Aquí corren rumores de todo tipo; incluso hay quien dice que ella le mató, pero yo se lo digo, que la conocí cuando era bien pequeña, hasta hace dos años era una chica muy dulce y muy buena, no sé qué le habrá pasado…

Lesmes en seguida se dio cuenta de que aquella chica no era un misterio solo para él; todas las historias que recopiló era parecidas la de la señora: muchas eran rumores semejantes a los que la verdulera le había mencionado, algunos con detalles muy macabros, versiones difamatorias de antiguos amantes o amigos. Todos coincidían en lo mismo: ella volvió cambiada de aquel tiempo ausente tras su ruptura.
Entre todo aquel chismorreo había algunas narraciones de personas con las que Celina ahora  mantenía una relación mínima, o casi nula, pero que en su día fueron importantes: familiares, amigos de la familia o antiguos buenos amigos. Estos a Lesmes le merecían realmente la pena. Recopilaba anécdotas de la niñez de Celina, descripciones de su personalidad (de la que ellos recordaban), historias sobre su juventud, etc. Disfrutaba tanto de aquellas historias como los narradores; que se apenaban mucho de haberse distanciado tanto de ella.

Durante las investigaciones, Lesmes se las había ingeniado para conseguir encuentros, aparentemente azarosos, con ella los días que esta había rehuido su compañía. Alargaba aquellos encuentros lo máximo posible y, durante el tiempo que pasaban juntos, estudiaba con detenimiento cada sonrisa vacía, el perder de su mirada en el infinito, la profundidad de sus ojos…  Este misterio cada día le atraía más y ya no era solo el misterio que la rodeaba lo que le atraía irremediablemente.
A veces, creía ver entre toda aquella fachada de frialdad e indiferencia a la verdadera Celina, hasta el punto de descubrirse admirándola; estaba tan alejada de lo habitual, era tan fuerte, tan decidida… Cuando fue consciente de que le estaba empezando a gustar demasiado, decidió a hacer la segunda cosa que más le gustaba; los retos. Se propuso conseguir que ella se enamorara de él.

miércoles, 27 de abril de 2016

La llave mágica de Celina (II)

Segundo capítulo de la leyenda de Celina y su llave:


Celina que, a ojos de todo el mundo, había vuelto de unas largas vacaciones, ya no era la misma. Seguía con su vida normal,  pero sus ojos eran ahora fríos, rara vez sonreía y la inexpresividad reinaba en su rostro.
Todo en su vida se convirtió en efímero: Se rodeaba de mucha gente pero el trato con ellos era demasiado superficial como para que llegasen a considerarse sus amigos, tenía muchos amantes, pero después de una temporada se cansaba y buscaba otros nuevos.

Lo que, al principio, todo el mundo había justificado como reacción por haberse visto abandonada, empezó a ser molesto y criticado hasta el punto de que se la comenzó a conocer como “la mujer de hielo”. Los niños iban a su perta a burlarse de ella, pero ella no se inmutaba, lo cual acabó haciendo que la temiesen. Se llegó incluso a crear mala fama entre las vecinas por acostarse con hombres casados o por los numerosos chicos a los que había enamorado y abandonado, pero a ella nada de eso le importaba; ella solo conocía un AHORA y un YO.

Pasó el tiempo y uno de aquellos días, que para ella eran idénticos unos de otros, dado que los sentimientos no influían en su relevancia, vio en el mercado a un chico que atrajo su atención con sus profundos ojos marrones. Instantáneamente decidió que sería su nuevo amante y no tardó en conseguir llamar su atención.
- Ten cuidado con esa chica. – Oyó Lesmes que le decía la dependienta del puesto frente al que estaba.

No había reparado en que se había quedado mirando a la chica descaradamente en medio del mercado. Soltó una suave risita disimulando su rubor.
- ¿Por qué no?- Preguntó él, como si tal cosa,  mientras se centraba de nuevo en las verduras que había venido a comprar.
- ¿No has oído lo que cuentan? – Él levantó la vista con interés. Claramente no tenía ni idea de lo que estaba hablando, él era nuevo en la ciudad.
- Muchos se han enamorado de ella, han ido a llorar a su puerta, la han suplicado su amor, pero ella… ¡Ni se inmutaba! Dicen que es una bruja que se alimenta del dolor de la gente, pero yo no sé qué pensar. Se la conoce como “la mujer de hielo” por su frialdad. – Decía la mujer con un tono entre el misterio y el chismorreo.
- Bueno, gracias por el aviso. – Dijo mientras pagaba las verduras y se alejaba entre divertido e intrigado. Sin darse cuenta aquella señora había encendido la llama; no había cosa que le atrajese más a Lesmes que un misterio por resolver.

La buscó con la mirada a través del gentío y enseguida la localizó. Le miraba desde la distancia, apoyada contra una de las paredes de la plaza en la que se encontraba el mercado; le estaba esperando. Esto le causó más intriga todavía.
- ¿Cómo sabías que pasaría por aquí?- Preguntó él sorprendido. Y ella se limitó a encoger los hombros.

Tras una formal presentación caminaron juntos mientras charlaban. Cuando llegaron a la esquina de la casa de Celina, esta se despidió ofreciéndole cenar juntos esa noche para continuar con la entretenida charla.

Durante la cena ella parecía sumamente interesada en lo que había traído a Lesmes a aquella aburrida ciudad provinciana. Él habló largo y tendido del trayecto que había hecho y, más brevemente, explicó que unos negocios le habían llevado hasta aquel lugar. Celina se alegró al saber que su estancia no se prolongaría por mucho tiempo (ya tenía demasiados problemas con los vecinos). Su charla continuó alegremente y él quedó en visitarla al día siguiente.

Celina había conseguido crear mucho suspense alrededor de su persona evitando, con elegante sutileza, cualquier tema relevante a su vida personal. Esto, sumado a aquella advertencia de la verdulera, no hizo más que aumentar el deseo de Lesmes de saber más, así que decidió ir a hablar con las gentes de por allí, tenía que investigar y decidió empezar por la primera persona que le había despertado la intriga.

A la mañana siguiente, en el mercado, consiguió más de lo que esperaba:
-      Dicen por ahí que está embrujada, que vendió su alma al diablo o algo por el estilo… - decía la vendedora - Yo la conocía cuando niña. Su madre era amiga suya ¿sabes? y, desde que su prometido la abandonó, hará dos años, no ha vuelto a ser la misma.
-      ¿Prometido? -  Preguntó él, más para sí mismo que a la señora.
- Sí. Tuvo un romance con un muchacho de aquí. Pero creo que la abandonó para irse con otra mujer…  No sé exactamente cómo quedó la historia pero, al parecer, la pobre quedó destrozada. Durante un tiempo no la vimos por aquí; yo imaginé que se había ido a unos baños a recuperar la salud, el humor… Cierto es que cuando volvió se la veía mejor, pero ¡a qué precio! Aquí corren rumores de todo tipo; incluso hay quien dice que ella le mató, pero yo se lo digo, que la conocí cuando era bien pequeña, hasta hace dos años era una chica muy dulce y muy buena, no sé qué le habrá pasado…

Lesmes en seguida se dio cuenta de que aquella chica no era un misterio solo para él; todas las historias que recopiló era parecidas la de la señora: muchas eran rumores semejantes a los que la verdulera le había mencionado, algunos con detalles muy macabros, versiones difamatorias de antiguos amantes o amigos. Todos coincidían en lo mismo: ella volvió cambiada de aquel tiempo ausente tras su ruptura.
Entre todo aquel chismorreo había algunas narraciones de personas con las que Celina ahora  mantenía una relación mínima, o casi nula, pero que en su día fueron importantes: familiares, amigos de la familia o antiguos buenos amigos. Estos a Lesmes le merecían realmente la pena. Recopilaba anécdotas de la niñez de Celina, descripciones de su personalidad (de la que ellos recordaban), historias sobre su juventud, etc. Disfrutaba tanto de aquellas historias como los narradores; que se apenaban mucho de haberse distanciado tanto de ella.

Durante las investigaciones, Lesmes se las había ingeniado para conseguir encuentros, aparentemente azarosos, con ella los días que esta había rehuido su compañía. Alargaba aquellos encuentros lo máximo posible y, durante el tiempo que pasaban juntos, estudiaba con detenimiento cada sonrisa vacía, el perder de su mirada en el infinito, la profundidad de sus ojos…  Este misterio cada día le atraía más y ya no era solo el misterio que la rodeaba lo que le atraía irremediablemente.
A veces, creía ver entre toda aquella fachada de frialdad e indiferencia a la verdadera Celina, hasta el punto de descubrirse admirándola; estaba tan alejada de lo habitual, era tan fuerte, tan decidida… Cuando fue consciente de que le estaba empezando a gustar demasiado, decidió a hacer la segunda cosa que más le gustaba; los retos. Se propuso conseguir que ella se enamorara de él.

martes, 26 de abril de 2016

La llave mágica de Celina (I)

Primer capítulo de La llave mágica de Celina:


Las promesas incumplidas, el sufrimiento, el sentimiento de culpabilidad, sentimientos encontrados de amor y odio, las dudas, la angustia, etc. se condensaban en sus ojos azules en forma de lágrimas. Dolía pensar lo mucho que le quería, lo mucho que le necesitaba y lo lejos que estaba él de quererla y necesitarla a ella.

Ese dolor se fue transformando en enfado, el enfado en rabia y esa rabia le quemaba por dentro, no quería sentirla, porque aún le amaba. Ya no quería amarle, quería dejar de sufrir y no era capaz de esperar a que el dolor pasase. Entonces calló en la cuenta de que no solo no quería sentirlo más, sino que no quería volver a pasar por ello, no podía volver a pasar por aquello otra vez.
No quiso pensárselo dos veces, por miedo a arrepentirse. Cogió su caballo y cabalgó hasta el alejado santuario, donde vivía una pitonisa en absoluta soledad y recogimiento. 
Aquella pitonisa la acogió con la confianza de quién sabe lo que va a suceder:

-Sé que vienes a averiguar cómo alejarte de ese amor que te angustia. –Le dijo la pitonisa. –Tan solo cuentas con una pregunta; piensa bien que preguntarás.

Ella tan solo agachó la cabeza, con los ojos de nuevo empañados en lágrimas.

-Antes de preguntar al oráculo deberás saber que no es posible deshacerse de un sentimiento… Los sentimientos son demasiado complejos, se entrelazan entre ellos. Es posible que en tu intento por paliar tu angustia acabes con toda huella de humanidad en ti ¿Seguro que eso es lo que quieres? No sentirás nada. –La interrogó la pitonisa, siempre sonriente.

Levantó la mirada, sus ojos llameaban de una forma que borraron la sonrisa de la pitonisa.


-Sí – dijo con decisión – si debo arriesgar mi felicidad por no ser infeliz así será, ¿Por qué no gozar? ¡Por no sufrir! Haré mi pregunta: “Oráculo ¿cómo acabo con el sufrimiento de mi corazón?”
-De acuerdo – se limitó a decir la Pitonisa, esta vez seria y, tras una pausa en la que pareció meditar continuó –esta es la respuesta del oráculo:

“Si a Vulcano vas a ver
Una llave te debe hacer
Con la que cerrar tu corazón
Para asegurarlo del dolor”

Casi no había acabado de formular la pitonisa estas palabras cuándo Celina salió corriendo por la puerta del santuario, sabía perfectamente dónde encontrar a Vulcano; las leyendas corrían por todas partes sobre él, así que, sin perder ni un minuto, fue a su casa, hizo un hatillo con todo lo que pensó que necesitaría para el viaje y de nuevo salió al galope hacia su destino. No quiso ni pararse a pensar en lo que iba a hacer, pero había incluido en aquel pequeño equipaje un colgante que aquel al que tanto amó le había regalado con la promesa de un amor eterno y, durante las largas noches que tuvo que pasar hasta llegar a su destino su trayecto lloraba mientras apretaba aquel colgante contra su pecho.

Cuando por fin llegó a la puerta de la guarida de Vulcano había allí un anciano cojo y feo que le preguntó a Celina qué buscaba. Cuando le contestó, él la miró interesado y quiso saber más, ofreciéndola agua y asiento a cambio de su narración. Ella, que estaba cansada del viaje, agradeció la compañía después de tantos días de soledad. Le relató su historia de amor y desengaño con detalles y sin poder evitar emocionarse en ciertas partes del relato. Le contó que había acudido al oráculo para preguntarle cómo deshacerse de aquel dolor que la mataba por dentro y cómo, tras su largo viaje, había llegado a allí en busca de que Vulcano le procurase una cura para aquellos engañosos sentimientos con doble cara.
El anciano, tras haber escuchado la historia completa con toda su atención, se levantó y se presentó como el mismísimo Vulcano y le abrió la puerta de su taller.

Dentro del mismo, sobre su fragua encendida, se podía ver, enganchada a una vara de hierro, enrojecida por el calor, una pequeña llavecita. Cuando ella vio aquello le miró sorprendida, Vulcano se limitó a contestar “te esperaba” mientras se calzaba unos gruesos guantes y agarraba el hierro para sacar la pequeña llave del fuego e introducirla en una tinaja de una especie de agua plateada. La llave chisporroteó al principio, tras unos segundos inmersa en aquel líquido la sacó igual que la había metido y la acercó al fuego, donde giró hasta cerciorarse de que estaba totalmente seca, luego cogió un paño con el que la cubrió y frotó suavemente para pulirla hasta sacarle el máximo brillo, antes de dársela a Celina, que había seguido todo el procedimiento con sus grandes ojos azules, esperando pacientemente y observando cada movimiento desde una esquina del taller.

Una vez acabado el proceso Vulcano agarró la llavecita con los dedos desnudos y se la puso en la palma de la mano, para mostrársela, mientras decía:
-Mira hija, ésta llave te ayudará a conseguir lo que deseas pero, y escucha bien esto que te voy a decir porque es muy importante: deberás colgártela del cuello en el centro del pecho, no más alta. Una vez que la llave toque tu piel su poder llegará a tu corazón, donde sellará tus sentimientos; con esto me refiero a todos tus sentimientos, no solo a la angustia que sientes ahora. Amor, tristeza, alegría… Cualquier otro sentimiento será igual de anulado. Pero, si te la quitas una sola vez su poder se acabará y ya no podrá volver a hacer efecto, aunque te la volvieses a poner no serviría de nada, tiene un poder limitado. Piénsalo bien.

Tras decir esto, Vulcano quedó con la mano extendida y la llave en ella. Celina, por primera vez desde que comenzó su viaje, dudaba. Observaba la llave valorando el impacto que podría tener en su vida cuando, de repente, le vinieron a la cabeza todas aquellas noches de dolor. Todos los días de angustia, ya no solo aquellos del reciente desamor, sino los de toda su vida por distintos motivos aparecieron en su cabeza para darle el empujón que necesitaba.
Frunció el ceño, estaba decidida a acabar con aquello y, de un rápido y brusco movimiento, agarró la llave de la mano de Vulcano. En ese momento, Vulcano, su taller y la puerta de la guarida desaparecieron, quedando solo ella y su caballo en aquel camino empedrado que había seguido hasta la guarida.


Aquella noche, ante el fuego que había hecho en su pequeño campamento, se paró a observar la llave con detenimiento; contaba con una pequeña argolla que le facilitaba llevarla de colgante. Entonces se le ocurrió que podía usar la cadena del colgante que le regaló aquel que tantas promesas incumplidas hizo. Comprobó que la altura era la adecuada a la que le había indicado el herrero olímpico, sacó el colgante, lo apretó contra su pecho por última vez y cerró los ojos para permitirse un último momento pensando en él, luego lo lanzó lejos mientras una lágrima, su última lágrima, resbalaba por su mejilla. Luego colocó rápidamente la llavecita en la cadena de plata, la miró un segundo valorando el buen trabajo que Vulcano había realizado; era una llave preciosa y quedaría muy bien adornando su pecho. “Sí, la altura es perfecta” pensó mientras oía el “click” del cierre en su nuca y, justo cuando la llave tocó su pecho, su angustia desapareció.

jueves, 31 de marzo de 2016

Letras con sonidos de tu voz

Jueves 13-2-2011
Aún no han pasado ni dos días desde que te enterramos y ya te echo de menos.
Hoy estuvimos mi hermana y yo arrancando pedazos de tu recuerdo de toda la casa para meterlos en cajas. No te imaginas cuántas cosas dejaste aquí en tu partida. Ella sabe que aún no estoy preparado para deshacerme de todas esas cosas, por eso, de momento, solo vamos recopilándolas; haciendo pequeñas montañitas de tus libros, tu ropa, tus fotos… No sé qué voy a hacer con tanto espacio en la casa, tú siempre tuviste una gracia innata para llenar cajones, estanterías y armarios de cosas, ahora lo echo de menos.

Viernes 18-2-2011
La recopilación de tus cosas está durando más de lo esperado. Hanna insiste en que será bueno para mí deshacerme de esas cosas; apartarlas lo antes posible para no caer en la melancolía, pero siento que te traiciono y eso lo hace más lento todavía. Cada camisa que cogemos para apilar, cada libro o adorno, me trae miles de recuerdos, y en él está aún impreso una parte de ti, es por eso que Hanna tiene que hacer uso de su paciencia, apaciguarme a veces, y poco a poco, ir alejando de mi todas tus cosas, casi sin que me dé cuenta.
Lo único que aún no nos hemos atrevido a tocar ni ella ni yo ha sido tu escritorio, que sigue con aquel desorden que siempre lo inundó y me gusta verlo así; me hace recordarte de una forma clara: allí sentada, hasta altas horas de la mañana, escribiendo u ojeando alguno de los muchísimos libros que aún están ahí cogiendo polvo… En algún momento tendré que enfrentarme a esa parte de la casa; esa parte que es el trozo de tu alma más grande que todavía conserva este mundo.

Sábado 26-2-2011
Cada noche lloro un poco recordándote. Te echo de menos, pero parece que el dolor, poco a poco, va menguando.
La casa se ha quedado medio vacía sin tus cosas que lo impregnaban todo de alegría. De aquellas cajas, que han ido al trastero con una pegatina “cosas de Carolina”, he conseguido salvar algunas fotos y varios libros, esos libros que aún tienen tu aroma.
He de confesar que a veces enciendo la luz de tu escritorio y me voy a acostar, fingiendo que, un día más, has decidido quedarte allí hasta tarde trabajando y yo te espero en la cama. Sé que parece una tontería, pero me hace conciliar el sueño el pensar que tú sigues por allí rondando y consigo un sueño apaciguado.
Aun así tu escritorio no se va a salvar; ya ayer Hanna me dio una caja, más pequeña que las anteriores, con una pegatina: “escritos de Carolina” y me dijo, con un tono lo más apacible que pudo, “No te voy a meter prisa, pero tendremos que deshacernos de eso también”. He de admitir que al principio me sentó mal aquel "tendremos". Bastante que yo iba a tocar tus textos sin tu permiso, pero ella… Será mi hermana, pero no tiene por qué meterse en esos asuntos. Luego me di cuenta de lo que significaba aquella caja y suspiré… ¡Otra caja más! Parece que todo lo que has sido se reduce a cajas, ya sean de cartón o de madera, todas enterradas bajo una insignia.

Jueves 3-3-2011
Hoy me he sentado en tu escritorio con la idea de comenzar a meter tus diarios, textos, relatos, dibujos y papeles en su caja correspondiente. Sí, me he sentado en tu escritorio, y no he podido evitar el querer leer por última vez tus cosas, para empaparme de ti de nuevo, perdóname.
He cogido el primer papel que he visto y lo he acercado, con una mezcla de miedo y ansia, hacia la luz del flexo, para poder leer mejor. No tenía título, así que he ido directamente a la materia y ahí estabas tú, de repente; resonando en mis oidos. Te sentía a mi lado como si tú estuvieses leyéndome todo aquello… Y he sonreído, he sonreído de nuevo, después de tanto tiempo.

Viernes 4-3-2011
Me gustó tanto volver a oír tu voz de nuevo ayer que hoy he repetido la operación. Casi no he podido esperar a llegar del trabajo para sentarme en tu escritorio a leer. He cogido otro folio; un relato sobre el tiempo, y lo he leído saboreando cada letra, que sonaba en mis oidos como un susurro de tu voz, con esa forma peculiar que tenías de pronunciar la “ch” al decir “chica” o  “violonchelo” y tu suave silbido en las “s” finales.
Los últimos relatos que escribiste no están acabados, no tuviste tiempo para acabarlos, lo cual me causa mucha intriga ¿Cómo querías que acabasen Carol?  Si yo pudiese acabarlos por ti… Pero yo nunca tuve mano para la escritura.

Lunes 7-3-2011
Llevo toda la semana leyendo todos tus relatos, tus historias, tus ensayos y estudios… Luego los guardo en la caja convencido de que han cumplido su propósito: el acercarme por última vez a ti, apaciguar mis temores.
Sigo oyéndote en cada uno de ellos. Las letras en mi cabeza se transforman en sonidos, sonidos de tu voz. Me siento como un músico al leer las diferentes notas musicales con su colocación en el pentagrama. Así de claras van resonando en mi cabeza, con tu entonación según las palabras y la forma en la que están colocadas e incluso escritas. Parece que estuvieses leyéndome solo a mi, como si los hubieses dejado ahí con la idea de poder hablarme desde dónde quiera que estés, para contarme todas esas historias que en vida nunca me leíste. Ahora que lo pienso, quizá fue por eso por lo que nunca me las leíste, quizá estabas plasmando en cada una de ellas tu esencia, para que cuando no estuvieses yo pudiese tenerte de nuevo a mi lado, a pesar de no poder verte.

Sábado 12-3-2011
Ya hace un mes que nos dijiste adiós, y parece que han pasado años… Pero, cada noche me tumbo en la cama con algo escrito por ti, y me recreo en el silencioso sonido de tu voz mientras disfruto de tus historias. Algunas ya las había leído antes, pero nunca me habían parecido tan buenas como hasta ahora, y es que, leído por ti, todo toma otro matiz. Otras, son completamente nuevas para mí, debiste escribirlas en los últimos momentos de tu vida, porque noto esa tristeza que a mí siempre me ocultaste tras una sonrisa silenciosa, ahora ya no puedes hacerlo porque tu tono de voz te delata.

Jueves 17-3-2011
Jamás había estado tan enganchado a una lectura como lo estoy ahora a tu diario. Espero que no te importe que lo esté leyendo, siempre me dijiste que la única persona que podría hacerlo sería yo y… aunque me costó mucho hacerlo, el otro día me armé de valor y cogí el primero; el más viejo.
¿Cómo puede ser que incluso oiga tu voz de cuando eras niña? Estoy seguro de que esto no es casualidad; escribiste un diario para dejar tu esencia en este mundo, estoy seguro, y te confirmo que lo has conseguido.
Me encanta recorrer tu niñez y tu vida, a veces me río y a veces lloro, pero siento que lloro y río contigo. Siento que empiezo el camino de nuevo, contigo, desde tu punto de vista. Me meto en las cosas que cuentas, acontecimientos cotidianos de una niña de entre ocho y diez años, hasta el punto de sentir lo que tu sentías. ¡Ojalá hubiese podido estar ahí contigo, cariño! Todo el tiempo del mundo habría sido poco para compartirlo contigo si hubiese sabido que te iban a separar tan pronto de mí.
Me habías contado muchas veces cosas de tu niñez, pero leerlas ahora con tus propias palabras infantiles, tu caligrafía de cuadernillo Rubio, tus faltas de ortografía garrafales… Ya no solo te oigo, cada vez te siento más, y eso hace que me aficione cada vez más y más a la lectura de tu diario. No sé en qué invertiré mi tiempo cuando acabe de leer todo lo que tienes en el escritorio, pero tampoco quiero pensarlo, aún me quedan cuatro diarios y dos libros: el que dejaste sin acabar y el que por fin acabaste y conseguiste editar (aún guardo un ejemplar en casa y no lo tiraré).
Mi voracidad escuchándote leer en mis oídos, ha hecho que ya me haya fulminado todos tus relatos cortos, es por eso que comencé con tus diarios.

Viernes 20-4-2011
Ahora te entiendo, mi vida, entiendo tantas cosas que antes no...
Todas aquellas noches que te quedabas hasta la madrugada leyendo, todos aquellos días que olvidabas hacer la comida o, incluso, te olvidabas de comer, solo por estar leyendo un libro que te había atrapado. Pero no es solo el contenido lo que me fascina a mí, sino tu voz, que cada vez suena más nítida en mi cabeza ¿a ti te pasaba igual? ¿También oías sus voces?
Tu voz me ha relatado ya toda tú niñez y tu adolescencia, me ha revelado secretos y pensamientos íntimos (admitiré que me ruborizo mucho al darme cuenta de cuán profundo estoy entrando en ti). Ha ido cambiando y madurando el timbre, a la par que tu caligrafía y tu estilo de escritura según han ido avanzando los diarios.
En esta segunda vida que llevo, en la que me sumerjo de la mano de tu sonido en tus diarios, ya tienes veinte años, nos acabamos de conocer, y leo la historia que ya he vivido, recordando detalles, algunos más olvidados que otros, y escuchando atentamente tu versión de los acontecimientos, con todos los pensamientos que tuviste en aquellos momentos, todo relatado con el sonido de una voz que cada vez se parece más a la última que oí en tu boca.

Viernes 20-5-2011
He acabado todos tus diarios, todos tus relatos y el libro que dejaste a medias, ya solo me quedan unas veinte páginas del que conseguiste acabar.
Hanna dice que debería alejarme de estos libros, que no es sano que esté tanto tiempo leyendo cosas que has escrito tú. Ella no entiende que es la única forma que me queda de estar contigo, de oírte de nuevo.  Que he revivido cada paso que has dado en tu vida, hasta el día de tu muerte, que es la única conexión que tengo contigo, que tú me hablas a través de las letras. Claro que no lo entiende, ella no eres tú. Tú me entenderías y apoyarías, a pesar de que me hayan dado un ultimátum en el trabajo porque últimamente llego cansado a trabajar, a pesar de que haya adelgazado no sé cuantos kilos, y ya no me afeite ni me cuide. ¡Qué más dará eso! Tú estás conmigo de nuevo y haré lo que haga falta para conservar el sonido maravilloso de tu voz, el máximo tiempo posible, pero… no sé qué voy a hacer cuando acabe las veinte páginas que me quedan, quizá comenzaré de nuevo a leerlo todo desde el principio.

Un día cualquiera de Mayo del 2011
Dicen que estoy enfermo, que me he vuelto loco, solo porque quiero mantenerme cerca de ti, dicen que no es sano que ya no salga, ni coma y prácticamente ni duerma, que ni sé qué día de la semana es.
La caja que iba a contener tus cosas del escritorio se ha convertido en una mesa transportable que llevo de acá para allá por toda la casa. Leo una y otra vez cada relato, cada diario, escuchándote una y otra vez. Estoy enganchado a ti; estamos unidos de nuevo, de una forma más profunda incluso que antes, y nada nos separará hasta el día en que me muera. Esta vez no.

lunes, 14 de marzo de 2016

Amante de las tinieblas

Este texto lo escribí hace mucho y lo guardaba para hacer unos marca páginas con mi amiga Mamen (la ilustradora de mi cabecera también), pero al final el proyecto no salió y, a pesar de que no abandonamos la idea y algún día lo haremos, de momento os pongo aquí el dibujo y el texto que irían en el marcapaginas (solo se pondría un trozo del poema)

Ya no quiebran la hierba sus pasos,
Ya no emite sonidos su habla.

Ni muerta, ni viva. Sin corazón, ni sangre.
Ella pasea en las noches sin luna,
bella y fría como un glaciar; entre nieblas y rocío.

Alma consagrada a las penumbras;
un ruiseñor es su único testigo,
su lazarillo entre las sombras.

Hermosa y mística se desliza, sin rumbo,
entre bosques y montañas.

La noche acaba, asoma el alba.
La alondra entona su trino
y ella al oírlo escapa.

Ya entre las ramas, la luz se filtra,
alcanzando su piel
y haciéndola desvanecer.

Quedando,  solo de ella,

una brisa que gime.

domingo, 21 de febrero de 2016

Tarros de miel

Hoy es uno de esos días que te levantas por inercia, te vistes, vas a trabajar, vuelves, comes… todo sin ningún entusiasmo. De esos días en los que nada parece tener ningún tipo de brillo especial, ningún sabor: días vacíos.
No tienen explicación concreta, simplemente son así. Días en los que te limitas a seguir la corriente y continuar como un autómata. No todos los días pueden ser especiales, hay que resignarse.

Es en esos días en los que, a veces, me tomo unos momentos para aislarme en lo más profundo de mi cabeza, donde almaceno los recuerdos. 
Reviso cuidadosamente las estanterías, escojo uno de los tarros donde pone "miel" con letras turquesa. Ahí guardo detalles, sin ninguna importancia aparente, que me han hecho sentir especial, que me han hecho volar.
Saco mi bote; lo abro lenta y cuidadosamente y escojo un recuerdo, a veces es el recuerdo quien me escoge a mi.
Aquel momento ya acabó, pero queda su sabor, así que me recreo en él:

Me encanta esta canción; es lenta, pero es bonita. 
Me agarro a él y comenzamos a bailar lento, me gusta volver a sentir el calor humano; realmente lo echaba de menos. Simplemente el calor de las personas, sin necesidad de algo sexual o romántico entre medias… 
No le conozco desde hace mucho, pero eso no importa; me da cariño que es lo que necesito ahora mismo. Seguimos el ritmo de la canción y no hay temor, así que me acerco más y dejo que me abrace. Apoyo mi cabeza sobre su pecho y me dejo de llevar por la música, por el calor humano, por el cinismo que da la libertad del AHORA. 
Me relajo; sé que no pasará nada y eso me hace sentir incluso mejor. Dejo que la música me llene... Mi alma vuela por un instante.


"Hoy no siento ese calor, hoy solo lo extraño" Pienso cerrando de nuevo mi tarrito con un "glup". 

Esta vez el recuerdo me ha dejado un regusto extraño; de melancolía. Miro a mi alrededor. Hoy, de nuevo, estoy sola. En medio de una fría multitud que no sabe del calor de dos cuerpos que se abrazan al son de una canción sin importar nada más. Es por eso, quizá, que mi día hoy es tan monótono, tan aburrido, tan nada…



Vuelvo a guardar el bote; ya he tenido mi dosis. Ahora toca seguir; seguiré, otro día monótono tras otro, hasta volver a encontrarme con un nuevo momento de miel que guardar, con ese algo que me haga volver a sentir viva. Puede ser cualquier cosa, puede estar en cualquier lado, puede aparecer en cualquier momento... Estaré atenta.

lunes, 11 de enero de 2016

Night belonged to us

Aquí vuelvo con el primer texto que publico en este 2016 que, irónicamente, no es un texto nuevo, sino uno que tiene ya casi dos años... pero que me ha parecido adecuado retomar.


La noche me llama ¿la oyes tu también? Quiere jugar con nosotros otra vez…
Me susurra que echa de menos nuestros ecos en su soledad: las risas, los pasos y las charlas de cuando jugábamos con ella ¿recuerdas? Nosotros éramos dos seres nocturnos que acompañábamos a su Luna y ella, nuestra aliada y confidente, era toda nuestra.

Aún la oigo llamarme a través de las paredes; me despierta rogándome que salga a jugar. Yo le digo que no, que no puedo salir a jugar más, que no puedo seguir siendo su compañera, que hay una vida que tengo que sacar adelante y que sin ti ya no me atrevo, pero ella insiste.

Algunas noches me paso las horas observándola desde mi ventana, a través de mi insomnio incurable. Noches en las que no salgo pero charlo con ella, acompañando su vigilia. Otras, ella consigue convencerme y entonces salgo un rato, pero la oscuridad se quedó impregnada de ti y resulta difícil no sentirte en el aire que mece los chopos y hace que sus hojas parezcan purpurina a la luz de la luna, a través de todos los caminos que nos pertenecieron; en los que dejamos la huella de nuestra historia, en cada paisaje que miro a la luz de las estrellas… Así que me rindo y vuelvo a casa derrotada.

No hay un día que no piense en ti y la noche se pasa enfrentándome a ella; a veces yo gano y me deja dormir, otras, me dejo ganar con la esperanza de que también juegue a despertarte y te haya vencido como a mi. Así que, dime ¿la oyes?


Lo único que quiere es tener a sus dos noctámbulos otra vez con ella, aunque sea en la distancia. Así, con este pensamiento, paso madrugadas planteándome si tú también estarás despierto, pensando en mí, porque la noche nos echa de menos, dime ¿puedes oírla?